--------------------Plata de oro----------------

I.- La importancia de tener amigos peregrinos.

Hay personas que contagian su entusiasmo por las cosas, y sobre todo por la vida. Mi amigo Jesús, “el Tali”, “el Striu”, es una de ellas.

Caminó por la Plata en Junio del 2.003, entre Sevilla y Salamanca, y se enamoró. Yo me enamoré entonces de sus palabras.

Seguí al teléfono su Plata como seguí  la de Mudo, se llevaban unas pocas etapas. El siguiente en pisar la Plata y transmitirme su entusiasmo fue Manolo, “el Brother”. En los días en que yo me acercaba a Santiago y a Finisterra, siempre tenia al otro lado de las ondas una conexión platera.

Decir Tábara era decir Javier de la Fuente, “el Gurú”; y a partir de Salamanca, Pilar, “mi Hermana”, contaba y no acababa; aunque nunca me planteé llegar tan lejos.

En octubre, seguí la Plata de Javi “Marmitako”. Recuerdo de una manera especial el día 1 de noviembre de 2.003. Caminé por el Cami dels Bons Homes, Javier y “el Marmi”, se acercaban a Santiago; Jesús hacía una incursión de enamorado platero

El día 4 de noviembre, en Madrid, Manolo me regaló la guía de la Asociación de Sevilla. Ya sabia que mi decisión estaba tomada. En la guía, algunas dedicatorias: “.... piénsatelo muy mucho...”, “... a por la guapa... ”, “...  donde habita mi soledad...”.

A partir de entonces, navegué por internet y leí cuanto cayó en mis manos acerca de este Camino de Santiago, de este Camino de la Plata. No todo lo que leí me gustó; nadie transmitía el entusiasmo platero de mis amigos.

Asun, Tita Asun, también me habló de sus Platas; palpé sus recuerdos en forma de “guía del jurásico superior” con hojitas de árboles pegadas con esparadrapo, con anotaciones ininteligibles, con mucho cariño y mucho esfuerzo.

Santi, el de carne y hueso, intentó variar mi punto de partida para que tuviera tiempo de llegar a Santiago; no le hice caso, pese a que sus consejos siempre son incuestionables. Joan, el Trobador, esperaría a que llegara a Cáceres para hablar, ¡si es que llegaba!. Tampoco me faltaron los ánimos y consejos del experimentado Roberto, posiblemente el peregrino con más kilómetros en sus botas de todos los que conozco.

Las ampollas de Falcó Pelegrí me habían quedado grabadas en la memoria cuando él salió de Salamanca con Roser.

Pepe de Sevilla también había empezado su Plata; me chocó su crónica acerca de la masificación platera: su paciente espera en una fuente para que un rebaño de ovejas terminara de beber. De su experiencia, una cosa me quedó muy clara: Bajo ningún concepto iba a hacer de una sola tirada Cáceres-Cañaveral.

En marzo, Xabier “Aguila Real” se fue a la Plata. Sólo dos o tres personas sabían que yo ya había comprado el billete de avión a Sevilla para el dos de agosto en el mes de enero.

La primera vez que hablé con Xabier por teléfono, él estaba en la frontera entre Badajoz y Cáceres, no nos conocíamos personalmente, pero no importaba. Él temía especialmente por el calor con el que yo me encontraría y por la señalización, pues en Extremadura estaban instalando unos bloques de granito que podían parecer liosos. Sé que me llevó en la mochila de una forma muy especial.

En Semana Santa, el barcino Gregorio se fue a Sevilla; llegó hasta Mérida para continuar en agosto. Volvió cargado de información para mí, incluso una credencial sevillana con un par de sellos. No lo sabe, pero no me leí nada hasta que regresé, empezaba a estar saturada de información y me apetecía un toque de aventura.

Mucho más valioso fue tener a Gregorio al otro lado del teléfono cuando me hizo falta y sus constantes ánimos, especialmente cuando llegué a Aldeanueva del Camino jurando en arameo.

Incluso Tere “Tatona”, en su breve incursión salmantina-zamorana, me dejó un hito importante: Don Tomás.

En junio, Marc “Perillas” se fue a Sevilla, a por su Plata. Se sorprendió cuando le dije que tenía la recopilación de sus crónicas Plateras. Me las dedicó con cariño: “... crema, passarás prop de l’infern...” (“... quema,...  pasarás cerca del infierno...”).

El último en hablarme de la Plata fue Enrique y su Camino de las campanas. El niño de Alberguería de José Antonio de la Riera me quedaba demasiado lejos, aunque lo busqué.

Entre todos habían conseguido crear un batiburrillo de dispares expectaciones plateras: la jara, el agua de los charcos, las encinas, los toros, el cura Blas, las dehesas, la falta de agua, la recta de Fuente de Cantos, las campanas de Casar, el jamón del Culebrín, el vino de pitarra, los campos de fuego, la cruz del Pico de la Dueña, Don Tomás, y sobre todo, Cáparra.

Finalmente, el día 2 de agosto, a las 4 de la tarde, me encomendé al Apóstol en la puerta de la Ascensión de la Catedral sevillana.

No esperaba llegar a ninguna parte, sólo hacer Camino. En mi fuero interno, Salamanca era una ilusión, pero Cáceres, no iba a ser una decepción. Inconscientemente, había hecho fotocopias hasta Zamora.

En mi solitario caminar, nunca me sentí sola. Podía percibir los pasos de todos los desconocidos que me habían precedido a lo largo de esa Calzada Romana y de lo que de ella queda, con sus mil nombres. De las legiones romanas, de los peregrinos mozárabes, de las huestes de Almanzor, de los pastores trashumantes, de zíngaros, de moros, de judíos y de cristianos.

Pero por encima de todo, sentía que seguía los pasos de los amigos que me habían precedido, y que antes he nombrado;  y pude sentir la presencia al mismo tiempo, en las mismas fechas, de varios amigos en la Plata. Era como si camináramos juntos, con un sentir único y común.

Eran los mismos días, nos separaban varias etapas, pero anímicamente, eran sólo unos kilómetros.

Así, Gregorio desde Mérida; Luis y Lola desde Calzada de Béjar, José Luis “el Resentido” desde A Gudiña, Sofía entre Puebla de Sanabria y Orense...  todos pisábamos el mismo Camino, la misma ilusión.

Algo parecido sentía cuando hablaba con los amigos que estaban en el Primitivo (mi Hermana Pilar, Mudo y Santi), en el Aragonés (Montserrat y Goyo), en el del Norte (Fernando) o en el Francés (Paco “Jabato” desde Viladecans, Edu, Alberto “el Correcaminos” y Raúl desde Logroño, Gregorio “casi-fraile” desde Astorga, y muy en especial, mi sobrina Neus desde León).

Algo mágico, algo en común nos movía a todos a caminar con ampollas, con dolores, con lluvia, polvo, sol y barro; y muy particularmente, con Dña. Sole...

¿Qué fuerza nos atraía a todos? ¿Qué fuerza determinaba que la voz de Héctor, de Capi y de Ana Berbel sonara preñada de cariñosa añoranza?

Tal como termina una poesía de Eugenio Garibay: ¡Sólo El de arriba lo sabe!

II.- “¡Tu estás loca, quilla!”.

2 de agosto de 2.004. Sevilla-Santiponce. 10 kms.

Quería sellar en la Catedral de Sevilla pero el horario es de 8 a 11,30 h. y cuando llego, ya es demasiado tarde. Lo hago en la Oficina de Turismo y en el bar donde en 1.992 me comí con Carlos unas excelentes tapas. Hay que saber mirar atrás con cariño y adelante con ilusión.

Una paellita no es quizás el mejor menú para iniciar este Camino, pero si no como, no camino.

A las 4 en punto, sentada en los escalones de la Catedral, ato con fuerza los cordones de las botas mientras Rafa me mira entre atónito y preocupado: “¡Tú estás loca, quilla!”

Se acabó hacer el turista por Sevilla, nos despedimos, y ya sola, vuelvo a la Puerta de la Ascensión donde frente al Apóstol Santiago, encomiendo mi Camino con la estampita que siempre me acompaña.

Leo con detenimiento la bendición de Roncesvalles: “... compañero en la marcha, guía en las encrucijadas, albergue en el camino, sombra en el calor, luz en la oscuridad, consuelo en mis desalientos y firmeza en mis propósitos...”. Lo haré cada día.

Enfilo la calle García Vinuesa siguiendo los bonitos y brillantes azulejos sevillanos e informo a Pepe, mi amigo sevillano, de que ya camino por las calles de su ciudad.

Él sabe que no estoy loca, como lo saben los amigos plateros que me han precedido saliendo de la misma puerta de la Ascensión.

De todos llevo buenos consejos y mejores augurios. Seguiré sus pasos como seguiré los de tantos peregrinos que a lo largo de los siglos, han recorrido esa “oficialmente” llamada Vía de la Plata pero que para mí, es mi Camino de Santiago, mi Camino de la Plata.

Por las callejuelas desiertas de Sevilla sólo se oye mi bordón y el tintineo de un cencerrín conquense y de una pequeña berenguela, regalitos de mis amigos Javier y Héctor, respectivamente.

Algún turista despistado me mira con atención mientras cruzo el pasadizo de la Maestranza y el Puente de Triana. La iglesia del Cachorro está cerrada, como lo están las puertas y ventanas que quedan atrás, protegiéndose de la canícula hispalense.

Al alcanzar los terrenos de la Expo, una flecha indica “A Santiago”, no puedo evitar llamar a Santi que está en el Camino Primitivo con Mudo. “¡Jefeeee! Aquí hay una flecha que indica a Santiago, ¿qué hago?”. “¡Sígala! –contesta- ¡Sígala hasta que llegue !!!!!”.

Las flechas no me llevan por la ribera del Guadalquivir, pero así evito un incendio que atrae a varios coches de bomberos. Por un caminito cutre con vertederos varios entro en Camas: silencio de Maestranza, es la hora de la siesta.

La Peña de Paco Camino está cerrada, pero no la de Curro Romero.El bar está cerrado porque es lunes pero hay una fuente de agua fresca. A los cuatro “curristas” les molesta mi presencia, se les nota, ni siquiera entran “al trapo” cuando menciono al Maestro. Uno se ofrece a sellarme para que me vaya rápido. Me quedo con las ganas de decirles lo que decía Antonio Burgos: “Pero cómo va a entrar a matar, si tiene las muñequitas rotas de tanto torear... ”.

La iglesia de Santa Mª de Gracia queda a mi derecha y sigo por carretera y polígono industrial hasta la gasolinera donde un Aquarius me grita: “bébeme, bébeme”. El gasolinero teme por mi integridad física cuando entre en Guillena y me aconseja carretera; no le haré caso, nada hay que temer, así me lo confirma Marc.

Me toca seguir por carretera hasta que llego a Santiponce. El Monasterio de San Isidoro del Campo, en rehabilitación, también está cerrado y vallado por ser lunes. Otro edificio anuncia “Albergue”, pero también está cerrado a cal y canto, sin rastros de vida humana. Pregunto a la policía local si tienen las llaves: “No, allí no hay nadie, pero si eres peregrina llama a esa puerta del toldo amarillo”.

Bajo el toldo amarillo está la señora Carmen. La señora Carmen es un pequeño “desastre” de orden y organización, pero puedo dormir en su casa. En el suelo de la habitación crujen “choco crispis” de sus nietos; la vecina tiene la culpa de que el desagüe no funcione; y hace meses que el fontanero tiene que arreglar la ducha. Pero todos esos detalles me hacen gracia y son el contrapunto al madrugón, al turisteo y al calor de los escasos 10 kilómetros de asfalto.

Como sigue siendo lunes, las ruinas de Itálica están cerradas, pero una vecina me indica que por una serpenteante calle podré contemplar cómodamente el teatro romano.

Por contra, la parroquia, dedicada también a San Isidoro del Campo, sólo abre los lunes a las 7,30 h. Así que la visito en el silencio que la carretera desde Camas no me ha dado. Me impresionan esas imágenes tan sevillanas y barrocas, los Cristos, las Dolorosas... son únicos.

Junto a la casa de la Sra. Carmen ,hay un bar de obligada visita donde me atienden muy bien. Pero lo mejor es la escena previa a la cena: yo en la barra, cervecita Cruzcampo bien fría, toros en la tele y discusión entre béticos y sevillistas: ¡genial!. ¿Qué más se puede pedir?

Puede parecer un típico tópico, pero la Cruzcampo es la cerveza sevillana por excelencia y este año celebra su centenario. Los comentarios de la parroquia acerca de la corrida de toros son impagables y divertidos, sus conocimientos en tauromaquia son impensables en un bar de mi ciudad condal que no sea una peña taurina.

¡Cómo me gusta Sevilla!.

Soy la única mujer del bar, soy un bicho raro, lo seguiré siendo hasta Salamanca.

Por el móvil me llega un mensaje de Manolo: “Que Santi te proteja y Dña. Sole te cubra con su manto. Buen Camino, peregrina”.

Su frase resume mis anhelos: la protección de Santiago; Soledad, silencios, caminar con el móvil apagado; un Buen Camino sin grandes percances; y por último, sentirme y ser peregrina.

Así ha sido, así intentaré contarlo; aunque creo que Santi me ha mimado demasiado...

III.- ¡Esto es duro!

3 de agosto. Santiponce-Castillblanco de los Arroyos. 31 kms.

Me cuesta dormir por el calor asfixiante y me levanto temprano pisando choco crispis. Una de las cosas que me sorprenderá en los próximos días es la cantidad de bares que abren a las 6 de la mañana por esas latitudes. Cuando entro, siempre están llenos, parece que los lugareños aprovechan las horas más frescas del día para sus charlas y sus copas. Mis entradas siempre llaman la atención, siempre soy la única mujer.

Al salir de Santiponce, las obras me hacen dudar un poco del camino a seguir, pero aparece solícita la Guardia Civil para indicarme cómo alcanzar los eucaliptos que marcan el final del asfalto. Tres veces pasarán junto a mí hasta que llegue a Guillena. O me vigilan, o me protegen... empiezo a dudarlo.

Meses atrás, esos eucaliptos parecían un lugar idóneo para mi primera noche platera. Pero el estado de suciedad en el que se encuentran y el polvo de las obras cercanas, me hacen reflexionar: si lamentablemente cambiaron mis planes por una boda, ¿fue por mera casualidad? ¿o empezamos con las causalidades?

Hasta Guillena, el camino es un paseo pese que al entrar, los huertos y la reparcelación me hacen dar un gran rodeo. En el bar de la plaza, el tercero donde pregunto, consigo un bocata de jamón, otro para el camino, y agua fresca. En la distancia, brindo con Pilar que está empezando su Camino Primitivo.

Sólo me separan 19 kms. de Castillblanco de los Arroyos. Al salir, paso por el polideportivo donde se acoge al peregrino, al parecer ha estado lleno: un peregrino y dos bicigrinos.

Cruzo el cauce seco del río Rivera de Huelva, la carretera, y empiezo una ligera ascensión entre huertos, olivos y naranjos. Por fin el silencio, sensación de Camino, ladridos en la lejanía, conejos, trinos cercanos... y mucho ánimo.

Mientras descanso a la sombra de un árbol, dos ciclistas se asustan al verme. Sigo caminando y me reciben las primeras encinas, las primeras cancelas para el ganado, miles de moscas pegajosas, el esqueleto medio putrefacto de un perro, los restos quemados y resecos de lo que debió ser la jara, el brezo, la genista...

Estoy en la dehesa El Chaparral, el camino se hace angosto, como un pequeño cañón donde se podría filmar una película de indios y vaqueros, ideal para una emboscada. El calor aprieta de veras y mis pasos se vuelven lentos, me apoyo con fuerza en Ulysses, mi bordón, pero mis botas pesan más de la cuenta.

Paro demasiadas veces, intento controlar el agua. Salí de Guillena con tres litros y estoy sudando mucho. En lo alto, el sol implacable danza vertiginosamente sin una sola nube que le quiera acompañar.

Me siento a la sombra de una encina, tengo la sensación de que el mundo se me va; o pierdo el sentido, o me quedo dormida.

Reacciono gracias a un GlucoSport; nunca había tomado, pero Jesús, buen conocedor de la Plata, me los recomendó en el último momento: “¡Que te vas a la Plataaaaa!, ¡Llévate la rebequita... y pastillas de glucosa!!!!”.

Cuando el sendero se hace pista de tierra, la última cancela del día se cierra tras de mí, y diviso un stop en la lejanía, casi me alegro de pisar de nuevo el asfalto. Lo peor, ya ha pasado. El aire que dejan los pocos coches a su paso, me reanima; cuando diviso Castillblanco, ya tengo hambre para el bocata a la sombra de otra encina, junto a la carretera.

Cuando termina la cuesta, la planicie sevillana queda a mi espalda, el mirador es fantástico. Lejos queda la Giralda y el giraldillo que me dijeron adiós, y cerca está un hotel con un litro de Aquarius directamente a mis venas.

¿Será todo así?, ¿Soportaré ese calor, ese controlar el agua, el peso extra de tres litros? ¡Qué lejos queda Santiago!.

Al entrar en Castillblanco, un monumento a Cervantes me da la bienvenida, y mientras en la gasolinera sello y me dan las llaves del albergue, me llama María Menoyo: “Si, bien... sí sola... ¡calla! ... restos de peregrinos...  dos mochilas... dos hombres...  ¿serán metrosexuales? ... jajaja...  te dejo, alguien sube la escalera”

Es Luis, un guiputxi de Urretxu. Se alegra de verme pues le aprieta la soledad, quizás demasiado. Esperaba más peregrinos, posiblemente no tantos como en el francés, pero de momento, sólo se ha encontrado con un alemán que según él tira mucho y que está en la piscina.

Luis acepta sin rechistar todas mis sugerencias: ir a comprar, cervecita en El Tubo, una de caracoles, visita a la iglesia mudéjar del Salvador, cena de tapitas en una terraza...

Me presenta a Werner. Cordialmente, Werner me da la mano y se sorprende cuando le pregunto “Wie geht’s dir?” (¿Cómo estás?). No, no hablo alemán, pero no me es una lengua totalmente extraña. Werner es callado y reservado, fuma en pipa. Luis dice que es “autónomo”. Será mi compañero ideal de este Camino y nos despediremos con lágrimas en Zamora. Pero no quiero adelantar acontecimientos.

Les observo mientras nos acostamos. Creo que los dos llevan demasiado peso; creo que Luis no sabe dónde se ha metido pero Werner sí; creo que Werner no entiende la mitad de lo que Luis dice; creo –y así lo escribo en el libro-registro de peregrinos- que con techo y ducha el peregrino es feliz; creo que me he dormido.

IV.- Sigo con Dña. Sole, mi querida compañera.

Miércoles, 4 de agosto. Castillblanco de los Arroyos-Almadén de la Plata. 29,5 kms.

El albergue tiene una terraza y al recoger la ropa tendida observamos que hay un bar abierto. Se prevé una etapa dura.

Desayunamos los tres en silencio y enfilamos juntos la carretera. Amanece sobre los últimos tejados pero el pueblo ya está muy animado, sorprendente.

Kilómetro a kilómetro, por el arcén de la carretera, Werner y Luis me van cogiendo ventaja, está claro que cada uno camina a su ritmo. No quiero condicionar mi Camino al de nadie ni que me lo condicionen; por eso elegí a Dña. Sole como compañera.

Cruzo la carretera para el primer bocata a la sombra de una encina que marca la entrada a una finca ganadera y paso por una de nombre “Yerbabuena”, ¿a qué me suena?, ¿al Hola?.

Hay que caminar 16 kms. de arcén por transitada carretera, predominando el ascenso. Más de un camionero me pita y levanta su dedo pulgar dándome ánimos. Camino lento pero segura, me adelantan cinco ciclistas, ¡qué masificación!.

Por fin, entro en el Parque Natural “El Berrocal”, sigue el asfalto pero ya por medio de alcornoques. Le pego un grito para saludar al vigía de la torre guardafuegos, pero no está el hombre por mucha conversación; tampoco están por la labor los dos guardias de la casa forestal. Tienen un poco de agua pero como no hay incendios, últimamente sólo se traen la justa de sus casas. Es curioso pero no hay ni un grifo ni un lavabo para ellos.

Desaparece el asfalto y camino entre alcornoques y esqueletos de arbustos y plantas que en primavera deben estar en todo su esplendor. El verde se ha vuelto ocre y marrón en todas sus tonalidades. Un embalse se divisa a lo lejos, los cauces de los riachuelos están secos, cantan las cigarras, y los restos del poblado de El Berrocal parecen un lugar abandonado del viejo Oeste.

Es difícil encontrar un rinconcito sin sol donde descansar un rato. Nada se mueve; nada excepto mi sombra, fiel compañera de mi tercera jornada platera.

A punto estoy de salir de la finca cuando me alcanza un guardia de seguridad con su jeep. “Hola peregrina, ya sé que me dirás que no, pero...  ¿te llevo?”. Como es habitual en estas ocasiones, declino amablemente la invitación. El guarda me espera solícito con la cancela abierta unos metros más adelante.

Aquí el camino se bifurca en tres, dudo entre los dos que salen frente a mí y él mismo me indica que siga por el camino de la izquierda, donde la pajiza hierba ha cubierto las descoloridas flechas. En ese punto, Luis se perderá y el mismo guardia le recogerá después de un par de horas de extravío.

Almadén de la Plata se acerca pero aún me espera la traca final. Hay que subir “El Calvario”. La subida no es larga pero sí muy pronunciada y el firme irregular. Voy zigzagueando de encina en encina buscando la escasa sombra que proporcionan. En la distancia, tita Asun lee mis pensamientos –siempre es bueno caminar por alguien-.

Alcanzo finalmente la cima donde unos paneles informativos dan buena cuenta de la orografía meridional y septentrional de esa zona de Sierra Morena. La vista es excepcional pese a la neblina del horizonte.

Me bebo toda el agua que me queda pues Almadén de la Plata queda a mis pies. Al iniciar el descenso me despisto y no consigo ver la Cruz ni el Vía Crucis que da nombre a la “subidita” en cuestión.

Por pronunciada e irregular bajada entro en Almadén contemplando las dos torres que altivas y de vivos colores se alzan sobre el pueblo. La iglesia y el ayuntamiento, el rojo y el verde.

En el primer bar que encuentro comparto unas claras con unos paisanos. Son las 4 de la tarde y como ya he bajado la guardia, los pasos hasta el albergue son los más difíciles del día. Arrastro los pies por esas calles plateras que son un horno de cocción.

Elijo litera con sábana incluida y me quedo dormida incluso antes de la ducha.

En el pueblo empiezan las fiestas y unos cuantos chupinazos anuncian la celebración de la Virgen de Gracia. Me llaman mis amigos Angel y Claude –ellos saben que van en mi mochila de una forma muy especial- para preguntarme por la Cruz de Hospital de Orbigo. ¡Cuántos recuerdos aún bullen en mi mente! y por saber dónde y cómo estoy. Angel se ríe cuando me oye gritar: “Eyyy chavales, que yo quiero entrar en la iglesia”. Los chavales no son otros que Luis y Werner.

En el interior de la iglesia, un precioso paso de plata labrada está a punto para llevar a la Reina de los Peregrinos en procesión a su ermita.

Vagamos de bar en bar intentando que nos den de cenar a una hora prudencial, esto es, a las 9 de la noche. Finalmente, en el Macías, caen unos lomitos de guarritos negros “pa ponerles un cortijo”. El conejo, como especialidad de la casa, se contentará con un piso.

V.- Una lección y un regalo.

Miércoles, 5 de agosto. Almadén de la Plata-Monesterio. 37 Kms.

Las guías “al uso” presentan El Real de la Jara como final de etapa. En mi fuero interno, deseo doblar etapa y llegar a Monesterio ese día pero no lo digo en voz alta. Madrugo demasiado. Aprenderé bien la lección.

Mientras Werner se va a tomar un café con leche pues lo necesita para ponerse en marcha, Luis y yo salimos rodeando la plaza de toros antes del amanecer: ¡craso error!.

Una piara de cerditos negros sale a nuestro encuentro husmeando con sus húmedos hocicos botas y calcetines; son inofensivos pero la nocturnidad los deforma y los convierte en desagradables y extrañas sensaciones.

Justo al dejar atrás la verja de los cerditos nos sale al paso un mastín ladrando sin cesar; viene corriendo a nuestro encuentro haciendo caso omiso a nuestros bordones y empujándonos hacia nuestra derecha sin darnos opción a reaccionar. Sin ninguna valentía en nuestro ánimo, nos dejamos llevar por el perro con el temor de haber perdido la pauta de las flechas hasta que diviso un pequeño puente un poco más a la derecha. El perro, más inteligente que nosotros, nos ha llevado al camino correcto sin necesidad de flecha alguna, pero podría haberlo hecho con un poco más de amabilidad, ¡coñe!!!!. Mi descarga de adrenalina me deja totalmente agotada.

Aprenderé la lección; no volveré a salir de noche, prefiero mil veces el calor que la impresión de un perro ladrando a escasos centímetros de mí.

Tras el susto, descansamos con el corazón en un puño. Volverán a aparecer muchos perros, pero siempre detrás de cercas guardando los innumerables rebaños de cabras que jalonan hoy el camino. En algunas ocasiones las cancelas y rejas que separan rebaños y comederos se convierten en un verdadero laberinto que sólo conoce su autor.

Hay que cruzar la finca Arroyo Mateos con sus bajadas y subidas. Es un auténtico secarral totalmente agostado, salpicado de alcornoques y encinas. Imagino que en otra época, el arroyo que le da el nombre –al igual que el también presente Arroyo Víbora- deben ir cargaditos de agua; pero en agosto, se ha evaporado por completo.

Bajo con cuidado el pronunciado descenso, la rodilla derecha se empieza a quejar y eso no me gusta. Le riño un poco, pero no me hace ni caso. Los antinflamatorios no faltan en mi mochila pues a priori, temía un poco a mi espalda. Pero esta vez, no podré evitar tomarlos por la puñetera rodilla; en cambio, la espalda, se portará mucho mejor que el año anterior.

Al alcanzar la vaguada del arroyo Mateos se inicia el ascenso. A nuestra espalda resuena un grito de Werner, nos ha alcanzado y parece feliz al encontrarnos. A él también le saltó el perro y no lo pasó mejor que Luis y yo; además, él estaba solo.

Dejo que se adelanten mis compañeros mientras contemplo con tristeza lo que algún día fueron olorosos tomillo y jara; tengo en el móvil un mensaje de Jesús, sé que estoy pasando por sus tramos favoritos. Paro un momento junto al memorial del peregrino José Luis Salvador, promotor de este Camino de Oro, más que de Plata, pues el sol siempre brilla en el cielo y todas las tonalidades doradas y amarillentas se muestran constantes en el suelo.

Mis dos peregrinos me esperan a la entrada de El Real de la Jara a la espera de que sea yo la que decida qué hacer. Lo tengo muy claro: bocata en La Cochera –excelente lomo de caña-, intento frustrado de visitar la iglesia de San Bartolomé, y a seguir hacia Monesterio.

Aprovecho la escasa cobertura del móvil para hablar con Santi y Mudo, mis amigos que caminan por el Primitivo y que ya sienten que Santiago está cerca. En unos dias abrazarán al Santo.

Hasta Monesterio “sólo” quedan unos 20 kilómetros. En la Plata, hasta el siguiente pueblo, como mínimo, siempre “sólo” quedan 15 o 20 kms.

Al salir de El Real de la Jara, el castillo de las Torres, casi en ruinas, queda a la derecha y el camino avanza por terreno cómodo entre muretes de piedras y fincas de ganado. Me siento ligera, camino feliz, y al poco de dejar el pueblo, al cruzar un arroyo, también dejo atrás mi querida Andalucía.

En Extremadura la Junta ha marcado la calzada romana y el camino con unos cubos de granito. En su parte superior luce el arco de Cáparra indicando el buen camino; y unas baldosas laterales verdes o amarillas señalan cuando es calzada, cuando camino, y cuando coinciden ambos.

Xabier que hizo este camino en marzo me lo ha explicado con poco convencimiento; pero él se encontró con que estaban colocando esos cubos y entonces podían ser un poco dudosos. Excepto en una ocasión, no tendré ninguna dificultad para seguirlos.

Hoy también aprieta el calor y Luis se queda a la sombra de una encina. A buen ritmo, como huyendo del implacable sol, sigo a Werner hasta la ermita moderna de San Isidro. A su vera, parece que todo está preparado para una inminente romería. Mientras el alemán se entretiene en localizar una fuente que aparece en su guía –muy buena, por cierto-, yo subo a la parte trasera de la ermita a buscar un poco de sombra para una siesta.

Al sacarme la mochila, diviso un “regalito de Santi”, un letrero indica: “Bar, restaurante, venta de jamones... ”. Es la famosa Venta El Culebrín.

Como a 300 metros, en la Nacional 630, nos espera la “primera” clara de Werner y el mejor jamón de mi vida (sí, sí... no exagero). A Luis le dejamos un letrerito en el suelo, pero pasará tan apurado que ni lo verá.

Salgo de El Culebrín con los ánimos renovados y disfrutando de un tramo de camino que discurre paralelo a la carretera entre eucaliptos; mientras, recuerdo Galicia, Santa Irene...

Lo malo es que se acaban los eucaliptos y hay que seguir por el arcén de la carretera durante casi una hora. Pero hay que buscar el punto positivo y agradecer la ventolera de algún camión.

Pasado el desvío de un camping, al abandonar el asfalto, encontramos a un derrotado Luis a la sombra de otra encina. ¡Este chico me come poco!. No se pueden hacer tantos kilómetros sólo con dos peras, le riño, pero su mirada ausente me dice que no me piensa hacer el mínimo caso.

Nos sentamos a su vera pues un rato de descanso no nos irá nada mal para empezar a subir la Cruz del Puerto. Un ancho camino, sin una sombra, a pleno sol, y en constante ascenso, convierte el Calvario de Almadén de la Plata en un paseíllo.

Mientras pasito a pasito voy subiendo, empiezo a entender la dedicatoria en las crónicas plateras de mi amigo Marc “...  crema, crema moltes coses. Aprofita que pases prop de l’infern...” (Quema, quema muchas cosas. Aprovecha que pasas cerca del infierno)

El espectáculo en la Cruz del Puerto es desolador, sucio y abandonado. La única sombra está copada por tres trabajadores de una obra cercana que me miran burlones, los hierbajos crecen por doquier. Por contra, Monesterio aparece frente a mí, a mi alcance. Ahora sí que lo peor del día ya pasó.

Unos metros más adelante, en unos bancos de piedra, descansa Werner y su inconfundible pipa. Tras beberme las reservas de agua, entramos juntos en Monesterio y atracamos la nevera de la primera gasolinera.

El albergue, edificio de la Cruz Roja, está al lado. Sólo hay que caminar 50 metros más para pedir la llave en el bar Moya.

Parece mentira lo que puede llegar a reponer una buena ducha. Aún me quedan fuerzas para una visita turística por Monesterio, contemplando sus cruces y sus pilares, -unos originales abrevaderos-, una larga charla con Pilar desde el Camino Primitivo, y aún lamento que sea demasiado tarde para visitar el cercano Monasterio de Tentudia.

De farmacia en farmacia intento comprar más pastillas de glucosa. Me están dando buen resultado y a Luis también le han sacado de algún apuro.

Cenamos en el mismo Moya donde pruebo el vino de Tentudia, no me acaba de gustar. En la distancia,Javier de la Fuente me da recuerdos para “la peregrina”, la madre del dueño. Ella me explica que son las voluntarias de la Cruz Roja las que se cuidan de limpiar y mantener el albergue, hay literas para un regimiento y constato que “el ataúd” que vieron algunos amigos peregrinos, ya no está.

Escribo en el libro de peregrinos y sueño con un problemilla que me preocupa, mañana cogeré el toro por los cuernos.

VI.- Calor y Amistad.

Viernes 6 de agosto. Monesterio-Calzadilla de los Barros. 27,5 kms.

Cuando llegas a Monesterio derrotado, agradeces que el albergue esté en  la entrada; pero al dia siguiente, deseas que hubiera estado no ya al final del pueblo, sino incluso después del inmenso y desproporcionado campo de fútbol de esa localidad.

Tras el campo de fútbol, el camino se mete entre fincas separadas con muretes de piedras con muchas vacas que me miran fijamente y embobadas, la mayoría son blancas.

Cuando el solete ya se deja sentir, es el momento de romper el hielo con un amigo con el que hace días que hay cierto “mal rollito”. No quiero enfrentarme a la “famosa” recta de Fuente de Cantos, a ese infierno que me anunció Marc, sin quemar esa preocupación

Después de la llamada, saco la copla que para cantar en esa recta colgó Manolo en el foro poco antes de irme y desentono a pleno pulmón: “Julio Romero de Torreeeeeesssssssss...”

El arroyo Bodión Chico es un poco puñetero en su señalización, pero puntualmente, en mi móvil aparece un mensaje certero para salvarlo.

Sigo cantando hasta que en medio de la nada, entre los campos segados del Cortijo Llano de Santiago, aparece una cruz a mi derecha. Me acerco e instintivamente, agacho la cabeza para rezar un Padre Nuestro. Al pie de la cruz, una caja de metal indica: “Camino de Santiago”.

La curiosidad me puede y abro la cajita.  Aparece la funda negra de una cinta de vídeo y como un flash, recuerdo lo que Marc había dicho semanas atrás de un vídeo. Abro y en su interior, una libreta contiene mensajes y pensamientos de peregrinos. No me cuesta mucho localizar un mensaje de Gregorio de la Semana Santa pasada dejándonos ánimos a Marc y a mí. Marc los agradeció en junio y, a su vez, me dejó otro mensajito personal.

Me emociono y agradezco el gesto de estos amigos, y mando algún mensaje comentando que entre la nada, apareció la amistad. Héctor me contesta diciéndome que es imposible estar en la nada y que jamás estaré sola; -gracias a ti también, amigo-.

Hoy es un dia en el que el término amistad brilla con luz propia. Por contra, las inclemencias físicas se dejan sentir. Mi rodilla se queja, y se queja demasiado, hago como que no la oigo, pero la muy puñetera, me hará pasar muy malos ratos.

Otros que mantienen conversaciones de alto nivel son mis pies. Hasta Almadén de la Plata, fue la planta del pie izquierdo la que me estuvo quemando y molestando. Al subir la Cruz del Puerto, empezaron los dedos a hacerse notar. En Monesterio, incluso tuve que cubrir a uno con esparadrapo por culpa de una ampollita. Pero cuando el calor aprieta, al caminar con botas, el pie se recalienta y creo que cada dedo, cada uña, cada trocito de pie, forma parte de una desafinada orquesta que chirría y gruñe. No hay dia que no los refresque y cuide con dos friegas de alcohol de romero, una después de la ducha y otra al acostarme; pero a los chavalitos, ¡les gusta quejarse!.

Al llegar a Fuente de Cantos, ese pueblo al que siempre te estás acercando pero que nunca llega, un abuelete que contempla unas cabras me da el parte de Werner y de Luis, de su estado y de sus intenciones: tocados y hundidos.

Yo me voy a la plaza, junto a la iglesia. Tengo intención de seguir y quiero comer y beber algo fresco. En un bar, pido una ración de las tres clases de tapas que tienen, a cuál más buena: mollejas, higaditos y algo nuevo para mí, rabito de cerdo, ¡qué rico!.

El chico del bar se lamenta, no tiene pan para acompañar la ración; no me importa porque lo sirven con patatas fritas y tampoco estoy muerta de hambre. Pero de inmediato, salta una señora que se está tomando su aperitivo en la barra y que ya ha hecho la compra: "“toma hija,... toma un trozo de pan, que a mí me va a sobrar...”.

Pese a este gesto, y pese a que me comporto como en otros lugares de diferentes caminos, los lugareños siguen mirándome como a un bicho raro y es difícil hablar con nadie.

En ese bar, sólo se digna hablar conmigo el borracho “oficial” del pueblo. Quizás lo hace porque yo soy la única que estoy dispuesta a escucharle.
Es casi un monólogo, se sienta a mi vera, y me dice:

-Soy alcohólico ¿sabe usted?... Hoy necesité tres vasos de vino para levantarme... Es una desgracia ¿sabe usted?... A alguien tenía que tocarle... y me ha tocado a mí... En este pueblo me critican... pero podría haberle tocado a otro ¿Sabe usted?. Y entonces... ¿Qué? ¿Qué le dirían al otro?... ¿Sabe usted lo que son tres vasos de vino para levantarse?

-No... no lo sé...

-Pues no se lo deseo a nadie. Es mucho dinero, pero además...  es muy duro ¿Sabe usted?... Porque si no te los tomas, no te levantas... Pero a alguien le tenia que tocar... y me ha tocado a mí ¿Sabe usted?

Trago saliva, es difícil contestar algo que sea coherente para él. No me atrevo a tocar la clara que tengo en la mesa. Él tampoco espera que yo le conteste nada, sólo quiere que yo le preste un poco de atención, un poco de mi tiempo; y afortunadamente para él, tengo todo el tiempo del mundo.
Cuando se levanta para irse, me pregunta si me apetece un orujo. En otras circunstancias le hubiera aceptado la invitación pero le digo que no, que tengo que caminar y que hace demasiado calor. En realidad, intento evitar que él se lo tome.

Se va arrastrando los pies mientras murmura: “Yo ya no puedo caminar, ¿sabe usted?”.

Con un regusto amargo, me dirijo al albergue ubicado en el antiguo convento de San Francisco donde puedo visitar el centro de interpretación de la obra de Zurbarán nacido en Fuente de Cantos. Me refresco y curioseo un poco, me parece demasiado lujoso para albergue de peregrinos. ¡Todavía no sé lo que me espera!

La salida del pueblo se me hace un poco liada hasta que encuentro a tres peregrinos alemanes ya mayores que quieren hacer este Camino hasta Mérida parando en todos los pueblos posibles, con etapas cortas. Nos informamos mutuamente pues nuestros caminos se cruzan. Ellos van al albergue y yo vengo de allí.

Me echo una siesta a la sombra de la ermita que hay al salir de Fuente de Cantos. Lo peor está por llegar.

Son pocos, apenas seis y medio, los kilómetros hasta Calzadilla de los Barros; pero se me hacen eternos. Salgo cuando acabo el sueño pese a que el sol aún está en lo alto y el calor aún aprieta en exceso. Motos y coches levantan continuamente nubes de polvo por el supuestamente tranquilo camino. Las sombras no están en el diccionario de ese tramo y los riñones me duelen más de la cuenta.

Calzadilla está en fiestas y la zona del albergue, que está a casi dos kilómetros del pueblo, está ocupada por los chavales visitantes de otras localidades cercanas. Se prevé una noche movidita así que opto por el hostal de la carretera donde la habitación es una caja de zapatos y la ducha no funciona. Seguro que en el albergue hubiera estado más cómoda, pero no es comodidad lo que busco.

En el bar del hostal un chico me pide información acerca del Camino porque lo quiere hacer pero la novia no le deja. Se extraña al verme sola, y le contesto que si me hubiera visto acompañada seguro que no hubiera hablado conmigo. Me da la razón y me invita a una cerveza; ganas de caminar no le faltan.

Doy una vuelta por el pueblo, allí tuvo una de sus sedes la Orden de Santiago y hubo un Hospital de Peregrinos del que apenas quedan vestigios.

Entre risas, le describo los tenderetes de la feria a mi amiga Ana Berbel. Me sorprende ver turrones navideños pero Ana me da una buena explicación: algo sobre putas y turroneras.

No sé que le pasa a Calzadilla pero en todos los rincones hay alusiones al Cabildo Insular de las Palmas de Gran Canaria; están hermanadas según reza un mosaico a la entrada, pero no imaginaba yo que un hermanamiento pudiera dar tanto de sí. ¿O sí??? Ja, ja, ja...

Lo mejor de Calzadilla es sin duda la iglesia del Salvador. Parece, es, una antigua fortaleza donde existe un precioso retablo gótico pintado por Antón de Madrid con el primer Santiago Peregrino visto desde Sevilla. En algunos momentos, qué difícil es darme cuenta que estoy en el Camino de Santiago... ¡Tantos kilómetros y tan pocas alusiones!.

El párroco se muestra muy amable y resulta conocer a Jesús García Adalid, autor de “El Mozárabe”, uno de los últimos libros que no sólo he leído, sino que también he disfrutado y recomendado. Él me recomienda “El Cautivo” del mismo autor. La misa empieza a las 9, muy tarde en apariencia pero lógico en una zona donde a las 10 aún es de día.

El pueblo, pese a estar en fiestas, sigue siendo hostil a una peregrina solitaria.

VII.- ¡Hoy me siento Camino!.

Sábado 7 de agosto. Calzadilla de los Barros-La Almazara (Villafranca de los Barros). 32,5 kms.

La música pachanguera no me ha dejado dormir demasiado pero me levanto convencida de que va a ser un dia importante.

El encargado del hostal se ha dormido y yo me he quedado encerrada en las escaleras de acceso a la planta superior, entre las habitaciones y el bar. Se asusta cuando me ve y me pide disculpas mientras me prepara la tostadita mañanera.

Los que han estado de juerga toda la noche también han esperado pacientemente a que el bar abriera. Me miran con curiosidad; uno de ellos incluso se toma un café conmigo bajo las miradas burlonas de sus amigos.

Al salir de Calzadilla un secadero de jamones envuelve el aire de un olorcillo que abre el apetito. A la izquierda, un nido de cigüeñas domina el paisaje, esa es la clave del día para que mis amigos Quim y Ana sepan por donde ando. Les he dejado una guía y les voy mandando adivinanzas acerca de mi posición en clave humorística.

Campos segados y agostados hasta entrar en La Puebla de Sancho Pérez. Allí me cruzo con una de esas viejas enjutas, vestidas de negro que me interroga con curiosidad. Satisfecha ésta, y cuando parece que es mi turno de palabra, despectivamente me suelta: “¡Bah!!!, una mujer sola no debería andar por ahí!”. Me da la espalda, y se va.

En la plaza del pueblo un supermercado está abierto. Aún no he pagado que ya me he bebido la mitad de lo que acabo de comprar. Busco un lugar en la sombra, el único, para el almuerzo. Me instalo junto a un chaval un poco inmaduro que se atiborra de patatas fritas pese a la oposición de su madre; junto a un niño todo ojos y oídos que absorbe con fruición todo lo que pasa a su alrededor; y junto al borracho oficial que se limita a mirarme fijamente y decir: “¡Señora!, Cohone...  ¡Señora!, Cohone...”, una y otra vez. Son las tres únicas personas de la plaza que se atreven a parar junto a mí, el resto, pasa de largo.

Cualquier conversación se hace difícil hasta que llega el abuelete simpático con quien se me pasa el tiempo volando. Él atrae a otros lugareños, y entre las típicas bromas del Barça, algunos retazos de conversación:

-¡Oye! ¡Que se ha muerto fulano!

-¡Que le den po’l culo!

-¡Hombre! Tampoco es eso...

-¡Totá! Pa lo que hacia... estaba todo el dia sentado... pues que le den!

-¿Irás al entierro?

-Sí, claro... hay que ir...

-¿Qué te pareció el concierto de ayer?

-Muy bueno, muy bueno... tocaban muy bien

-¡Anda ya! Si no valían nada...  tocaban muy mal y los cantantes desafinaban!!!

-Bueno, pero pa lo que había pagao...

Junto a la ermita de Belén, han instalado un nuevo albergue de los Alba-Plata, otro lujo para el peregrino. La iglesia de Santa Lucía está cerrada, no se sabe dónde están las llaves.

Cuando empiezo a embadurnarme con la Nivea para protegerme del sol, hacen su entrada triunfal en  la plaza Luis y Werner, acalorados y cansados. Noto su alegría al verme y espero a que repongan sus fuerzas demorando la salida del primer pueblo donde la gente se ha dignado hablar conmigo con tranquilidad. Al irme, le propongo al abuelo si se viene conmigo. “Ay hija –contesta burlón- bien sabes que vendría... pero a mí, ni de chico me gustaba caminar”.

Un sol de justicia nos acompaña hasta Zafra por la cercana vía del ferrocarril. Después de cruzar las vías del tren y la antigua y desvencijada estación, ya podemos ir buscando la sombra de los árboles del largo Paseo de la Estación.

Cruzamos un parque que nos parece inmenso  y a mi instancia, nos metemos en el Parador de Zafra, antiguo alcázar de los Duques de Feria, en cuyo patio plateresco atribuido a Juan de Herrera nos relajamos y refrescamos un poco ¡Cómo caen las claras!.

Hacemos el turista por Zafra, el primer pueblo grande y con encanto desde que salimos de Sevilla.La calle Sevilla, el convento de las Clarisas –está en obras y no se puede entrar-,la Plaza Grande y la Chica con su vara de medir que me recuerda a la medida de la catedral de Jaca, el arquillo del Pan y su Esperancita... Hay muy buen ambiente, cantos, palmas, se respira alegría.

Comemos en La Palmera una ensalada y tapitas varias. El camarero conoce el camino y me habla de la emergente Asociación de Zafra, al parecer han editado una buena guía.

En Zafra, son muchos, “lo menos cinco o seis”, los que nos preguntan si vamos a Santiago y se maravillan de nuestra procedencia sevillana. ¡Si acabamos de empezar! ¡Y lo que nos falta!. Es curioso, debemos dar sensación de cansados y agotados pese a lo bien que nos sentimos los tres.

Me había propuesto caminar con el móvil cerrado y lo estoy consiguiendo. Pero en las paradas y en las ciudades lo abro. Así, al salir de Zafra, me pilla Joan y mientras hablo con él, me distraigo y me salto alguna flecha. Como Luis y Werner me siguen, también se la saltan ellos y damos un gran rodeo por el cementerio y la carretera recurriendo al águila protectora para que extienda sus alas en la distancia. Cuando a lo lejos divisamos la enhiesta torre del abandonado Convento de San Francisco, suspiramos aliviados. Esa bonita torre es el punto de referencia para dejar Zafra atrás, una ciudad que me cae simpática.

El camino asciende entre huertos y casas particulares, entre perros y bulliciosas sobremesas familiares de sábado por la tarde. A la derecha, una casa está envuelta de frutos de la pasión, seguimos subiendo hasta llegar a un pinar en lo alto de la Sierra de Los Santos: ¡Qué brutal contraste! Del polvo y piedras del camino ascendente, a la pinaza y frescor del bosque de pinos.

Al descender por los pinares hacia Los Santos de Maimona, un letrero marca la dirección del albergue. Como hay que pedir las llaves a la Policía Local, les telefoneo para pedir instrucciones y preguntar acerca de las llaves. Los policías nos indican que sigamos las flechas de madera y nos saldrán al encuentro cerca ya del albergue donde hacen rellenar un impreso a Luis y a Werner y les cobran tres euros.

Yo he decidido no quedarme a dormir allí, quiero seguir, siento que he de seguir adelante y presiento que me espera algo especial.

A mis compañeros no lesgusta caminar de tarde y no entienden mi decisión del día anterior ni la de continuar hoy. No se dan cuenta de lo fantástico que es caminar al atardecer y disfrutar de la suave brisa que suele girarse a esas horas.

Pero mientras descendemos por el pinar, Werner me reconoce que la sensación de libertad que le está dando caminar por la tarde, esa misma tarde, le está gustando, que es especial, y que cree que podría volar. Con los dias, caminará y disfrutará del atardecer en el camino.

En el momento en que les digo adiós, el alemán se emociona, creo que tiene la sensación de que no nos veremos más e intenta retenerme. Ninguno de nosotros sabe que aún nos quedan muchas soledades por compartir. Sus palabras de despedida me llegan muy adentro.

Tras la siesta en el albergue de Los Santos, bajo al pueblo, cargo agua en una gasolinera, y sigo. Le doy el parte a mi madre y le digo que ya llegué al destino del dia, pero no le cuento que voy a continuar pues el siguiente pueblo está a más de 15 kms. y son casi las 8 de la tarde. Hablando con ella, tomo el camino equivocado hacia el cementerio y alguien me avisa: “Peregrinaaaaa... que no es por ahíiiii... ”.

Está claro que ni a la salida de los pueblos puedo hablar por teléfono. Reculo mientras mi madre me cuenta que la lavadora se ha roto y hay que comprar otra. En los albergues de la Plata, no hay lavadoras.

He empezado el día creyendo que iba a ser especial, y por fin siento que estoy en el Camino. Me siento parte del Camino y necesito seguir a la aventura. Un policía local cree que hay un albergue a medio camino de Villafranca de los Barros, pero no me importa encontrarlo o no. Tengo la sensación de que el olivar me llama irremisiblemente, y recuerdo esa poesía que aprendí de niña, “Entre el olivar, se vio una lechuza volar, y volar...  a Santa María, un velón de aceite, volando traía...”.

No encuentro lechuza alguna, pero contemplar ese atardecer con el sol jugando al escondite entre los olivos, es una de las imágenes más bellas que conservo en mi retina. Como no llevo máquina de fotos, ni pienso que me haga falta, me siento a contemplar el espectáculo que se ofrece ante mis ojos.

Con las últimas luces, diviso un letrerito rosa: “La Almazara, albergue de peregrinos”. Un enorme caserón rehabilitado aparece frente a mí. Me digo que no puede ser mientras entro con precaución preguntándome si no es una alucinación. Una joven embarazada me sonríe: “¿Cómo vas tan tarde?”.

Sólo hace unos meses que está abierto, -luego he sabido que Javi Marmitako fue el primer peregrino que durmió allí- y descubro que soy la primera peregrina de la semana; es sábado.

El albergue es un lujo excesivo. En la distancia, comparto colada y cena con Asun y Silbia, las peregrinas más veterana y la más novata de todas las que conozco. El menú es el típico de lomo, huevos fritos y patatas fritas, pero como también hay ensalada, me va de maravilla.

Sentada en el césped, contemplo y disfruto esa noche platera cargada de estrellas casi al alcance de la mano. Sólo los hijos pequeños del dueño rompen el silencio nocturno; hasta las dos de la madrugada corretearán con sus bicis y patinetes. Son vida, VIDA en estado puro y casi salvaje. Las estrellas me guiñan sus ojitos y me cuentan historias de peregrinos, de campanas, de Almanzor, de los mozárabes, de los romanos, de la Plata...

VIII.- “Masificación” en la Plata.

Domingo 8 de agosto. La Almazara-Almendralejo-Torremejía. 42 kms.

Mientras desayuno, el dueño del albergue me cuenta su vida, sus negocios, me habla de sus dos hijos pequeños y del que está en camino, de sus ilusiones y sus frustraciones. Está muy nervioso y charlamos un buen rato pese al trabajo que tiene amontonado a su espalda.

Al despedirnos me da las gracias por transmitirle serenidad. Serán “cositas” de Santi, pero Marc también tuvo una larga conversación con él y también a Marc le agradeció la serenidad que suele transmitir.

Entre los viñedos de la derecha, el sol del amanecer aún permite que le mire desafiante cara a cara. ¡Será por eso que luego me fustigará con ganas!. Junto con el de la salida de Grimaldo, es el amanecer más bonito y espectacular de este camino; desearía poder detener el lento ascenso del astro rey para prolongar la belleza del momento.

Llego hambrienta a Villafranca de los Barros; tras el almuerzo me llama Chuchi para saber cómo estoy, y entro en una capillita donde el sacristán está fregando. Muy amablemente me pregunta si quiero ir a misa, creo que me lo dice para que no ensucie la capilla con mis botas.

Me manda al cercano convento de las franciscanas en cuya iglesia entro como elefante en cacharrería, por la puerta delantera, con mis campanitas y mi aspecto: todos se giran a una. Sonrisa de circunstancia y la monjita de la primera fila que me hace un hueco a su lado.

Al acabar la celebración, los asistentes hacen corro a mi alrededor: “¿A Santiago?, ¿Sola?, ¿Con este calor?, ¡Ay hija... qué valiente!!! Pues yo tengo un sobrino...  Y yo estuve en Santiago... A mí me gustaría... ” Visito el bonito claustro del convento, sello en la fresca casa parroquial, y busco la salida del pueblo donde aún visito la ermita de la Coronada con una hermosa imagen de la Reina de los Peregrinos y con su Puerta del Perdón.

Frente a mí, se abren casi 28 kilómetros de dorada recta, sin una sola sombra, aunque con la posibilidad de desviarme a Almendralejo con 6 kilómetros de propina.

La recta y la mañana se hacen interminables, pero lo peor, es una sucesión de tractores y coches que levantan un polvo cegador. Intento hablar con un campesino pero no está por la labor.

En un cruce, una caseta arroja un poco de sombra y me siento haciendo filigranas para aprovecharla. Cuando el sol está en su cenit, la sombra desaparece y hay que continuar. Pero esa mañana, más que caminar, arrastro los pies, voy muy lenta y tengo la sensación de no moverme nunca del mismo sitio. Un gusano debe avanzar más rápido que yo.

El camino está salpicado de paneles informativos que marcan hitos y monumentos significativos. Mientras contemplo uno de esos paneles sentada en un cubo indicador, me pregunto dónde demonios debe estar Almendralejo. Debería estar cerca, pero no lo veo.

Próxima al desánimo, escucho en el móvil un mensaje de Silvia de Madrid y recibo un sms de José Luis “el Resentido”, mandándome “telurios” desde la Cruz de Ferro. ¡Para telurios estoy yo!, pero se los agradezco educadamente. Un poco hastiada me levanto y al ponerme la mochila, diviso en la lejanía la torre de la iglesia de Almendralejo que despunta. ¿Serán los telurios? ¿O será que al levantarme he cambiado la perspectiva? Lo cierto es que, antes de sentarme, la torre no estaba donde ahora la veo.

Son tres kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, pero vale la pena desplazarse hasta el primer bar para reponer fuerzas, ni siquiera cruzo la carretera.

Vuelvo al camino por la carretera de Don Benito y contacto con mi sobrina Neus, a sus 18 años ha empezado con ilusión su Camino en León, ¡Otra peregrina en la familia!.

Con más ánimos que por la mañana, recorro los 10 kms. que me faltan hasta Torremejía. Al final, tras cruzar la vía del tren, incluso he de chapotear un poco entre juncos y cañizares. Al entrar en el pueblo, pierdo las flechas y un paisano me hace dar un gran rodeo hasta llegar al albergue.

Tengo a Sofía al otro lado del hilo telefónico, la oigo pero no puedo escucharla; los últimos pasos siempre son agotadores, pero hoy ha sido un día muy duro. Enormes goterones empiezan a caer, pero... ¿dónde puñeta está el albergue?

El albergue es del mismo dueño que el de la noche anterior. Casi 40 kms. los separan. Es el precioso palacio de los Mexia, con estelas romanas en su fachada, perfectamente rehabilitado, y con dos grandes habitaciones con literas para peregrinos.

No he visto a ningún peregrino en todo el dia, ¿para qué un albergue tan grande?. El encargado, que no hospitalero, me comenta que ha llegado un alemán, es Werner por supuesto.

A la hora de cenar, sólo ruego que la cena no consista en más lomo con patatas fritas. Santi me regala una dorada al horno y una tormenta nocturna que refrescará un poco el ambiente. ¡No hay dia en el que Santi no me haga un regalito...  o dos!.

IX.- Primera de turistas.

Lunes 9 de agosto. Torremejía-Mérida. 16 kms.

Desayuno con Werner en un bar de la carretera. Como el doble que él, no me extraña que se sienta tan cansado muy a menudo. Entre el excesivo peso de la mochila y lo poco que me come... le riño un poquitín,  pero no me hace ni puñetero caso.

Buena parte del recorrido de hoy discurre paralelo a la carretera N.630, a veces con asfalto y a veces sin. A la izquierda unos eucaliptos, vadeamos algún riachuelo, cruzamos una abandonada vía del tren, y a la derecha, llaman la atención los abandonados restos del circo de Angel Cristo.

En el circo ya no quedan ni leones ni elefantes, ni equilibristas ni payasos, ni un redoble de tambor. Sólo media carpa sobre un esqueleto de metal, y algunos desvencijados bancos y retorcidos hierros que no ha querido comprar ningún trapero ni chatarrista. Es triste pasar por allí; suenan ecos de risas, de preguntas sin respuesta de los niños que no han podido asistir a la penúltima función pese a haber sido anunciada a bombo y platillo por las calles de Mérida. También quedan aromas de helados de fresa y de palomitas, de cerveza y de refresco de cola... Sueños rotos, ilusiones quebradas... gigantes con pies de barro.

En las huertas, Werner come las uvas cercanas al camino, a mí no me apetecen. Me habla de su profesión, director de un centro de disminuidos mentales, ha recorrido el camino francés en cinco ocasiones, dos de ellas con esos chavales. Es muy serio y poco hablador, su risa es franca, la barrera del idioma y su forma de ser, le convierten en mi compañero ideal de Camino; largas horas de silencio, aunque nos entendemos perfectamente en inglés.

Todas las noches llama a su esposa; en alguna ocasión oigo como le dice “Ich bin mit Gloria”,... “estoy con Gloria”.

El también busca soledad y silencio, y aunque le distorsiono un poco con mis campanas y mis propuestas, no se queja nunca. En el fondo, cree que estoy un poco loca.

Como a mí me gusta parar y descansar cuando me apetece, me quedo sentada entre las vides y huertas mientras él se adelanta. Pero me esperará justo después de cruzar el puente romano de Mérida.

Cuando me acerco al Guadiana rompe a llover con fuerza, entro en Emérita Augusta “cantando bajo la lluvia”.

Un buen bocata y optamos por comprar un paraguas para turistear por Mérida. Al chino dueño de la tienda “Todo a100”, le pregunto:

-¿Nos puede guardar las mochilas?

-Depende.

- ¿De qué depende?

-De que tengan candado.

-No tienen candado, pero tampoco tienen nada de valor.

-Depende.

-¿De qué depende?

- De lo que ustedes consideren valor.

-Nada, no hay nada de valor en las mochilas. ¿A qué hora abre por la tarde?

-Depende.

-¿De qué depende?

-De lo que beba a la hora de comer.

-¿Y porqué depende?

-Porque si bebo poco, abro a las cinco; y si bebo mucho, abro a las seis.

Es evidente que las mochilas no se quedan allí, sino en la Oficina de Turismo donde un par de chicas muy majas no ponen ningún reparo.

El foro, el teatro, las ruinas romanas más importantes, nos reciben con frío y lluvia. Bromeo con un cámara de la tele, la noticia saldrá en el telediario y Héctor lo verá, “Lluvia en Mérida”, al parecer nunca llueve en Mérida; mi improvisado chubasquero, no es modelito “ad hoc” para salir en el telediario.

Lamentablemente, no puedo visitar el Museo de Arte Romano, obra de Moneo, porque es lunes. No deja de ser un buen motivo para volver a Extremadura que me está sorprendiendo agradablemente.

En la Plaza Mayor sellamos en la Policía Local y esperamos a Luis, se quedó el dia antes en Almendralejo y llega muy cansado.

Manolo me ha prevenido contra el albergue municipal de Mérida porque está a 5 kms. de la ciudad en sentido totalmente contrario al camino. Mi idea era dormir al cobijo de algún chiringuito cercano a la presa de Proserpina, pero la incesante lluvia y el frío, desaconsejan la aventura. Así que el antiguo albergue de “Los Pinos”, a la salida de Mérida, será nuestro destino nocturno.

Después de comer diferentes chacinas de la zona, Luis se va a descansar mientras Werner y yo esperamos a que sean las cinco de la tarde para visitar la basílica de Santa Eulalia y sus excavaciones. Yo tengo especial interés en conocerla porque la Santa, es copatrona de Barcelona, y en nuestra sede catedralicia, bajo el altar mayor, se encuentra su cripta.

Al salir, aún me quedan ánimos para ver unos videos en el Centro de Interpretación deb la Vía Romana y mientras cruzo el puente romano sobre el río Albárrega, me llegan noticias de mi ahijado Gerard desde Egipto. Le contesto diciendo que a mi derecha, en el acueducto de las Maravillas, estoy contemplando 15 cigüeñas, ¡y que se cuide él de los cocodrilos!.

Llego a “Los Pinos” pero sólo está Luis, Werner se nos ha perdido por el camino y no aparece. El dueño nos cuenta las trifulcas con el Ayuntamiento para mantener abierto el albergue; el triunfo de la “oficialidad” y cómo en ocasiones, el albergue municipal ha cerrado la puerta al peregrino porque está ocupado por grupos “de pago”

Como la cocina está en obras, vamos a comprar algo para desayunar y entre otras viandas, cenamos un revoltillo de criadillas de toro con una botellita de vino de la Tierra de Barros ¡Bien!.

X.- Volveré, presiento que he de volver.

Martes 10 de agosto. Mérida-Alcuéscar. 38,5 kms.

Salimos por carretera hasta la presa romana de Proserpina. Luis va quedando retrasado, le duele la rodilla, aguantará hasta Cáparra.

La mañana está fresca y se camina muy bien. A la altura del camping aprovecho la máquina de refrescos y le espero, no es normal que vaya tan despacio, pienso que algo le pasa. Cuando me alcanza, pasa por mi lado y me dice: “¿Ya paras?, ¿Ya comes?”. ¡Vaya hombre! ¡Y yo que estaba preocupada por él!, ¡Ala, Buen Camino!.

El espectáculo del sol acariciando el agua del embalse es un lujo para todos los sentidos. El aire está fresco por la lluvia del dia anterior; todos los reflejos dorados brillan en la superficie azulada; oigo cantar a los pájaros y ladrar a algún perro bien sujeto; huelo la mañana; degusto la soledad.

Al pasar por los chiringuitos del camino que circunda la presa constato que hice bien en no ir a dormir allí, está todo empapado y lleno de charcos.

Cuando por fin abandono la carretera que se aleja del pantano entro en las estribaciones del Parque Natural de Cornalbo; encinas, alcornoques y majestuosos bloques de granito que se repetirán en los próximos dias, acompañan mis pasos.

Dejo atrás a Luis y en ligero ascenso llego a El Carrascalejo sola. Lo primero que observo es que en el escudo del pueblo luce la Cruz de Santiago y que la señalización de los alrededores no se limita a las flechas amarillas sino que tiene más contenido jacobeo.

En la plaza del pueblecito una señora, desde una cabina telefónica, informa a su interlocutor de que ha llegado una peregrina como si fuera motivo de fiesta. Paro un rato y hablo con Goyo y Montserrat que están en el Camino Aragonés rumbo a Arrés. Pasan dos ciclistas, se limitan a preguntar dónde se sella y como allí no se sella porque el Ayuntamiento sólo abre el martes por la tarde, se van de mal humor.

Llegan otros cinco ciclistas, hablan de la siguiente etapa y me meto un poco con ellos porque van sin alforjas. Me cuentan que se están entrenando para hacer el camino en bici, por eso van tan ligeros de equipaje. Me piden que les haga una foto con las bicis en la puerta de la iglesia que tiene una original cúpula piramidal de metal.

Les sugiero que las bicis no deberían salir en la foto porque no quedarán bien. Insisten. Hago la foto, y como es de esas máquinas digitales, resulta que la foto no sale. Les advertí: la culpa es de las bicis, no son fotogénicas. Nos reímos un rato.

Luis llega roto y camino con él hasta Aljucén, un paseíllo de suave descenso cortado por las obras de la autovía.

En Aljucén reponemos fuerzas en un amplio bar. En la portada de la iglesia renacentista puedo contemplar alguna alusión jacobea pero no puedo entrar por amenaza de ruina.

Al poco, tras un par de kilómetros, en una gasolinera cargamos agua y aparece Werner. Se ha quedado en Mérida esperando a que abrieran la oficina de correos que sólo abre por las mañanas, pues tenía obligaciones que atender. Finalmente, ha cogido un autobús para salir a nuestro encuentro.

Hoy toca cruzar varias portelas pero ni rastro de ganado. En algún arroyo seco está la frontera entre Badajoz y Cáceres, dos provincias quedan atrás. Hay que ir al tanto con las flechas escondidas en las encinas.

Cuando tengo hambre les digo que paro. Camino como un animalito, cuando tengo hambre como, cuando tengo sueño duermo. Estamos frente a un panel informativo y en un poco de sombra descansamos un ratito, el sol vuelve a apretar.

Reanudamos la marcha y me retraso un poco, seguiré sola hasta llegar a Alcuéscar. Hay que cruzar una pequeña meseta de unos tres kilómetros que parece la sabana africana. El sol me hace ver cebras y jirafas, quizás hasta algún león.

Cuando llego a la Cruz de San Juan o del Niño Muerto no puedo evitar recordar ese chiste tan macabro de “¡Señora, Señora... que lleva al niño arrastrando! ¡No se preocupe, está muerto!!”. Allí, una encina me llama insistentemente para que me eche una siesta a su sombra.

Me despiertan las voces de dos bicigrinos de Mataró, Mireia y Vicenç hablando en catalán. ¡Qué sorpresa!. Los primeros paisanos en nueve dias.

Después de mi siesta caminera sigo por un tramo donde la brisa de la tarde ha excitado todos los aromas posibles. Ese tramo no lo camino, ¡lo huelo!.

Xabier me ha advertido de mala señalización al divisar Alcuéscar pero al parecer, desde marzo, la Junta de Extremadura se ha puesto las pilas y bajo por huertos sin ningún problema. Lo malo es que hay que volver a subir para llegar a Alcuéscar y los casi 40 kms. ya pesan en mi dolorida rodilla.

Los pocos lugareños que encuentro al cruzar Alcuéscar me observan con miradas acusadoras, nadie contesta a mis “buenas tardes” sino con un gruñido. Hay un bar frente al convento que nos dará hospitalidad y entro casi por inercia; allí están Werner y Luis, ya repuestos, esperándome con una clara en la mano.

Suena el móvil, mis compañeros se ríen. Werner es el “rey de las aceitunas”, no las come, las devora. Luis es el “rey de los azucarillos” por su afición a guardarlos. Y yo, aunque he conseguido reducir significativamente el número de llamadas y de mensajes del móvil, no dejo de ser “la reina del móvil”.

Es Manolo, va a estar sin cobertura y me quiere dar los últimos consejos y recomendaciones de los duros kilómetros que me esperan después de Cáceres;  y sobre todo, que no me olvide del bacalao de la Rusticiana de Galisteo, ¡hace un año que me lo está recomendando!.

Alcuéscar, la Congregación de Esclavos de María y los Pobres merece alguna consideración muy especial.

El hermano portero, ya mayor, se desvive por atenderme, “¡Una peregrina!... ¡Una peregrina!”, grita alborozado. Me registra y me sella con cariño mientras lee de reojo y con sorpresa las inscripciones de mi camiseta “Andalusia Neibi, Bebe y Lucha, Comando Barcino”, todo ello con una bonita concha jacobea. Prudentemente me mira pero no se atreve a preguntar.

Me manda al segundo piso y mi sorpresa es que hay DOS hospitaleros franceses, los primeros en nueve días, y lo más chocante, nueve peregrinos para cenar.

Mi última cena de tres había sido en Monesterio y once personas en la mesa me aturden, casi casi me molestan.

Allí conozco a Ralf, un alemán muy tranquilo al que volveré a ver en un par de ocasiones, y a Carmen y Angel, un matrimonio de Zamora con los que volveré a coincidir en algún albergue.

En Alcuéscar se respira paz. Cuando Jesús pasó por aquí, el 18 de junio del año pasado, a las 21,25 h.  me apareció un sms en el móvil  que decía: "Puesta de sol en Alcuéscar... y entrando en el pueblo. Va por todos los del foro. 40 Kms. de bellísima soledad sonora" Y minutos más tarde añadía: "Por favor da recuerdos a Asun desde la iglesia de la Asunción. Me lo pidió. Un beso y gracias otra vez". En el Libro de Peregrinos leo sendos mensajes de Pepe y de Marc. Sé que tengo que ir a charlar con los residentes de allí, con esos inquilinos de un mundo tan complicado como es el de las disfunciones mentales.

Lo intento con uno que se pasea por el jardín pero no está por la labor, así que directamente interrumpo un corrillo cogiendo una silla y sentándome con ellos.

La charla se me hace corta, demasiado corta porque a las nueve menos cuarto ya les dan la cena. Los ojitos y la sonrisa de uno al que difícilmente entiendo, el entusiasmo por el color beig de una señora, y la vida de otro que se confiesa aprendiz de narcotraficante, son suficientes como para que presienta que algún día volveré a Alcuéscar.

La cena es a las 9,30 h. pero los hospitaleros nos han convocado antes para ir juntos al comedor. Mientras tanto, vago por el caserón chafardeando por todos los rincones y charlo un rato con una majestuosa Reina de los Peregrinos que queda muy al alcance de la mano.

Los hospitaleros nos tratan como a niños de colegio paseándonos en fila india arriba y abajo. Incluso pretenden que nos sentemos en la mesa tal como ellos han dispuesto en unos papelitos. Me rebelo y me niego a hacerlo pero no me entienden. Están convencidos de que hacen lo correcto, pero ni me gustan ni me caen bien pese a sus esfuerzos en hacerse los simpáticos.

A las diez y media, en la capilla, rezamos Completas con la Congregación y el Padre Javier, joven prior, nos imparte la bendición de peregrinos. Al terminar, le doy recuerdos de Tita Asun, inmejorable carta de presentación. El resultado es que “lo secuestro” un buen rato para mi solita mientras damos una vuelta por el cerrado patio interior. Alguien se quejará después de mi “monopolización” del padre Javier.

Repito, tengo la sensación de que he de volver y así lo escribo en el Libro de Peregrinos. El ofrecimiento que me ha hecho el Padre Javier no lo voy a olvidar ni caerá en saco roto.

XI.- En tránsito: asimilando.

Miércoles 11 de agosto. Alcúescar-Cáceres. 39,5 Kms.

Me despido de la Reina de los Peregrinos que tan a mano queda y por cuarta vez desde que llegué a Alcuéscar entro en el bar de enfrente. Bromeamos con el dueño: ¿No hay un vale para los repetidores?

Salgo con Werner por un cómodo camino y llamo a Joan, el Trobador; es su cumpleaños. Unos días más tarde también felicitaré a los adnamantinos Goyo y Chuchi –el año pasado lo celebramos en Negreira, al encontrarnos allí-. Joan empezó su Plata en Cáceres, así que pronto voy a seguir también sus pasos.

Alcuéscar va quedando atrás mientras crece en mí un sentimiento cada vez más fuerte, sé  que volveré, que he de volver. Tanto la Comunidad como sus residentes, me han calado muy hondo.

Diez kilómetros de tranquilidad nos separan del puente medieval que cruzando el río Ayuela nos sitúa en Casas de Don Antonio, donde al parecer, se ubicaba la “mansio Ad soroes” romana. El camino sale a la carretera donde un par de puti-clubs están cerrados a cal y canto. Mientras refunfuñamos por la mala suerte nos paramos un poco, llega Luis y se abre un pequeño bar al otro lado de la carretera. ¡Qué puntual es Santi atendiendo nuestra sed!.

Al bar llegan los bicigrinos catalanes, a él se le han desmontado las alforjas de la bici y está hecho un lío. Bromeamos un poco: “¡Quema la bici y sigue andando...!!!!”.

Los siguientes kilómetros están plagados de restos romanos de fácil localización; varios miliarios y el original miliario correo donde dejo un mensaje a futuros peregrinos. En la vecina casa de Santiago Bencáliz los vestigios romanos son múltiples, la calzada romana se sigue con facilidad. Un pequeño puente protegido incluso del peregrino por su precario estado de conservación, está dedicado a Santiago.

Por aquí se cruzan varios vados y arroyos secos, pero deben ser muy caudalosos en otras épocas del año porque en cada posible charquito se observan varios cubos irregulares de granito para facilitar su cruce. Ahora, en agosto, parecen tan inútiles... y se ven tan nuevecitos...

Una premonición me hace abrir el móvil mientras camino. Al momento me llama Capi, hace dias que intenta localizarme y él está veraneando sin cobertura. “Que sí, que estoy bien...”.

Puesto que el hambre aprieta, nos desviamos un poco hasta Aldea del Cano. Es la hora del bocata y la clara, la sirven en jarras de litro; muy fresca, ideal para estos calores.
En la terraza, un veterinario revisa las cartillas sanitarias de una ganadería. El capataz le va enseñando certificados de vacunación, análisis, listados de pesos, etc. Las cartillas sanitarias son como las credenciales, un poquito más grandes, y llevan grapada una chapita de plástico de color amarillo, como la que llevan la mayoría de las vacas grapadas en la oreja.
El sello del veterinario es verde, verde brillante, con su nombre y su número de colegiado. Tiene un dibujo, una ramita de encina con sus características hojas y tres bellotas en su extremo. Me gusta. Le pregunto si me puede sellar la credencial. Me mira con asombro, según él, ese sello no me sirve para nada.

Como no soy ganado, se resiste a sellarme pero le replico que el sello me servirá para recordar ese buen momento, esas risas y esa clara excepcional. Finalmente estampa su sello en la credencial y al devolvérmela, añade: “Ya no podré decir que no he sellado la credencial de un peregrino...”.

Cuando reemprendemos la marcha, Luis vuelve a quedar atrás y Werner se adelanta, parezco el jamón del bocadillo.

El camino salpicado de encinas asciende ligeramente entre genistas totalmente peladas. Me gusta caminar sola, me gusta meditar sobre lo que voy dejando atrás, sobre lo que voy viviendo. A veces me pregunto si camino porque pienso o pienso porque camino.

Cuando alcanzo el aeródromo de ultraligeros, diviso a Werner descansando al final de la pista. Un pastor alemán nos sale al encuentro, se llama Felipe y no hace mucho caso a su dueño.

El dueño grita: “¡Felipeeeee!” (No, no hay apellido). Y acto seguido añade: “¿Quieres una cerveza?”. “Graciaaaasssss” le contesto. Pero resulta que se la está ofreciendo a su compañero que está en el hangar, y a mí me deja con las ganas. En realidad, no me hace falta, tengo agua suficiente para continuar; pero bajo el sol abrasador, bien fresquita, se hubiera agradecido de veras...

Cuando llego a Valdesalor, Werner ya está en el único bar. El pueblo es de nueva factura, como trazado con un tiralíneas. Fundado en los años 50 es frío y poco acogedor. En el albergue ya están instalados Carmen y Angel, los zamoranos que han salido a las cinco de la mañana, ¡qué horror!. Yo allí no me quedo.

Luis y Werner seguirán un poco forzados hacia Cáceres y yo me echo una siesta en el bar de la gasolinera que está en la carretera. Cuando me despierto, parece que se anuncia tormenta y enfilo el puerto de las Camellas lo más rápido que puedo. Sólo me faltan 12 kilómetros para llegar a Cáceres.

El camino bordea el antiguo CIR de Santa Ana, la zona militar está vallada y parece bastante abandonada. No se ve un alma, solo un par de coches cuando cruzo la carretera. El primer ser viviente es una perra ya cercana a la ciudad, acaba de tener cachorros y vigila alerta la nave en la que se encuentran.

Llamo a mi tío Fernando. Le tengo muy presente en mi caminar. Sé que está preocupado por mí, no me “perdona” mi escapada solitaria por los Monegros, y a mí, lo que me preocupa es su salud. Estamos muy unidos.

Algún chaval, entre irónico y sorprendido, me saluda un poco forzado. Claro, es difícil escaquearse de mis “Buenas tardeeeessss”. Al fin, entro en Cáceres por la calle Océano Atlántico.

En el cruce con una avenida un “carro de fuego” me quiere llevar al centro, como los autobuses de Villafría a Burgos. Eludo la tentación y sigo por un enorme complejo hospitalario que queda a mi izquierda.

Cuando alcanzo el Palacio de Justicia entro a sellar por el Juzgado de guardia. Al observar como dejo la mochila y el bordón, tres policías salen disparados con la mano al cinto: ”Buenas, que soy peregrina, que me gustaría sellar…”. Hasta que no ven la credencial no me dejan pasar al Juzgado de guardia, sin perderme de vista y con la mano al cinto. En Sárria no me pusieron tantas pegas, claro que por allí pasan más peregrinos…

Llego al centro de Cáceres siguiendo flechas amarillas, pero resulta que las obras para la instalación del gas están también pintadas con flechas amarillas y es un verdadero caos. Suerte de dos abueletes que están al quite y me indican cómo subir a la Plaza Mayor.

Entro en el Casco Antiguo por la puerta cercana al convento de Santa Clara; es el aniversario de su muerte y me planteo la posibilidad de ir a la celebración eucarística pero al final, me liaré.

Por las callejuelas cacereñas pregunto a una pareja cómo ir a la Plaza Mayor. Resulta que él hizo el camino francés el año pasado, me invitan a una cerveza, son de Guipúzcoa, amigos comunes con Xabier... cuando me doy cuenta, son las 8:45 y aún no he llegado al albergue.

El albergue “Las Veletas” es muy céntrico y nuevo, está en la calle Margalló. Tras la ducha, voy a cenar a la Plaza Mayor donde me encuentro con mis dos peregrinos ya en los postres. Yo me pido una ración de cochinillo, creo que me lo merezco.

El espectáculo de Cáceres iluminado de noche es una maravilla. ¡Castra Cecilia ha sido conquistada!. Me cruzo un par de mensajillos con Roberto en plan de guasa. Sus caminos, sus “de cabo a cabo” le han permitido pisar mucha Plata.

Al volver al albergue hay un bicigrino y una peregrina que ha empezado en Mérida. Me mira fijamente y me dice: ”¡Yo a ti te conozco! ¡Tú me hiciste la credencial!”

Es Maite, acudió a l’Associació en uno de esos miércoles frenéticos de julio y no la reconozco hasta que se pone sus gafas; entonces recuerdo que no le puse fecha a su credencial pues no sabía con exactitud qué dia iba a empezar. Coincidiremos en varios albergues hasta Zamora, donde ella también terminará su camino.

Desde la litera contemplo el cielo cacereño, duermo en paz.

XII.- Otra de turistas.

Jueves 12 de agosto. Cáceres-Casar de Cáceres. 12 Kms.

Hoy toca hacer el turista en esta ciudad Patrimonio de la Humanidad. Lo hago por mi cuenta mientras “los chicos” vagan por los estancos en busca de tabaco de pipa para Werner; será un problema hasta Salamanca.

La iglesia de Santiago, su peregrinito, la catedral, el Parador, los diferentes palacios de los Golfines, la plaza de San Jorge, la muralla,... esta ciudad es un lugar ideal para perderse y pasear. Incluso en la iglesia de San Juan puedo escuchar un pequeño concierto de órgano.

En el cómodo y silencioso bar del Parador, leo la carta de tapas, me pido dos de nombre desconocido e irrepetible. Una de las tapas resultan ser pimientos asados, ¡con lo mal que me sientan a mí los pimientos!. Pero para mi sorpresa, esos me sientan la mar de bien. Y es que en el camino...  todo, o casi todo, sienta de maravilla. Desde allí, charlo tranquilamente con Pilar y con Silbia, y constato cómo Gregorio y mi sobrina Neus se encuentran por azar en algún punto cercano a Gonzar.

A la 1 del mediodía, hay misa en una de las capillitas laterales de la catedral. Dos sacerdotes la celebran y cuatro fieles asisten a la misma. Da que pensar...

En el museo se acumulan restos pre-romanos, pinturas contemporáneas y un Greco fabuloso. También se visita un original aljibe árabe. Cada rincón cacereño encierra cientos de años de historia.

Me reencuentro con mis chicos y de nuevo comemos juntos en la Plaza Mayor, ahora cochifrito y tapas varias.

Pasadas las 5,30 de la tarde abandonamos Cáceres por la carretera, el calor aún aprieta fuerte y las obras de la autovía nos lían un poco, tanto al principio como al final de la etapa.

Parece mentira pero Casar de Cáceres es de los únicos pueblos plateros con una fuente a la entrada en la que beber. El Bar Majuca y las campanas del Ayuntamiento nos indican que hemos llegado a nuestro destino.

En el albergue, además de Maite y los zamoranos también está Ralf, el alemán que conocí en Alcuéscar.

El albergue está justo enfrente del ayuntamiento y son famosas las sonoras y escandalosas campanadas de su reloj a cada cuarto y a cada hora, con repetición. Tanto Joan como Marc me mandan sendos sms deseándome una buena serenata nocturna.

Parezco una anti-social por no querer cenar con los otros peregrinos pero tengo muy claro que quiero irme primero a la ermita de Santiago, a las afueras del pueblo, a contemplar la puesta de sol.

En realidad, tengo la intención de dormir a la vera de la ermita, en el pequeño y recogido atrio. Pero a pesar de que lo intento, constato que saltar la verja del jardín es un handicap imposible para mí; no tanto para entrar, pero sí para salir.

Contemplo pues la puesta de sol. Todos los azules juegan alrededor del astro rey en una danza sensual y envolvente. Me pongo de puntillas para conseguir que la danza se prorrogue unos segundos más.

Cuando el sol desaparece, sus reflejos aún permanecen en el horizonte creando unas ondulaciones que me recuerdan mi Mediterráneo. Silencio.

Me voy levitando a cenar al Majuca aún mecida por los reflejos solares. Werner y Luis me están esperando aunque ellos ya han cenado. “¿Qué te pasa?”, me preguntan. “He visto como el sol se dormía...” y siento una lagrimita que no acaba de salir mientras sonrío bobamente.

Vuelvo a la realidad y me pido una Torta de Casar, pero no es exactamente lo que yo esperaba. Además, Jesús me había dicho que se tomaba con un vino especial y allí sólo tienen tintorro.

Me lío a charlar con el dueño del Majuca, ha estado en Barcelona pero le metieron en un antro del que guarda muy mal recuerdo. Era el Bagdad, me río. “¡Pero hombre... ! ¿Cómo se dejó Vd. engañar?... ja, ja, ja...”. Entre risas me invita a un orujo, mis compañeros se apuntan al carro.

Por la noche no son las campanas las que no me dejan dormir, sino los jóvenes del pueblo que convierten el banco de la entrada al albergue en su lugar de tertulia con la música de los coches a todo volumen.

A las dos, les pido desde el balcón si pueden ir a otro sitio. Como respuesta me tiran una botella que un poco más y aterriza en la cabeza de Ralf que duerme plácidamente.

Y es que como dice mi amigo Javier... ¡Al peregrino, no le quiere nadie!.

XIII.- ¡Cómo pesa la mochila!

Viernes 13 de agosto. Casar de Cáceres-Grimaldo 42,5 kms.

Hoy la mochila me pesa más de la cuenta. Tres litros de agua en las cantimploras, litro y medio congelada metida entre la esterilla, y comida. Aunque al salir de casa  apenas pesaba 7 kgs. y medio, hoy pasa con creces de los 12, y eso, mi espalda y mi rodilla lo notan.

Bromeo con el dueño del bar acerca de los sentimientos que despertamos los peregrinos por donde pasamos; tostadita, té y p’alante. Joan me ha dicho que aquí empieza la Plata más bonita, y Mudo me ha dicho que la más dura. Animos no me faltan.

El primer tramo de la larga jornada es distraído y ameno; miliarios, vacas de todos los tamaños y colores, un centro de interpretación pecuario, alguna granja y camino cómodo.

A esas alturas del camino tengo la sensación de haber quemado muchas asignaturas pendientes; empiezo a creer que Salamanca está a mi alcance. Al comienzo no me había puesto etapa final, sólo pequeños hitos que se van haciendo realidad: Zafra, Mérida, Cáceres…

El hecho de saber que en este agosto no llegaré a Compostela, hace que camine sin agobio alguno, más tranquila, -más tranquila, si cabe, que lo habitual- sin meta, porque como decimos a menudo “más importante que la meta es el camino”.

El camino se bifurca a la altura de una cancela con paso canadiense; el de la izquierda parece para las bicis y opto por un imperceptible paso a la derecha que desciende por un barranco en busca de la carretera.

Por el barranco cubierto de hierbajos y matojos pierdo las flechas mientras sigo bajando. No muy lejos, diviso la carretera y creo que podré acceder a ella fácilmente, ¡craso error!, una valla me impide el paso. La voy bordeando hasta que localizo algunos alambres cortados o forzados que me permiten sortearla y me llevan de nuevo a las flechas “salvadoras”.

En un continuo sube y baja por los angostos y polvorientos matorrales me encuentro con tres ciclistas que se dirigen a Mérida, “¿volvéis de Santiago?” pregunto ilusa de mí.

-No, venimos de Astorga y hacemos la “Vía de la Plata”.

-Vaya, que aprovecháis la infraestructura jacobea para hacer turismo.

-No, para hacer deporte.

-Ah, vale... al menos vosotros lo reconocéis.

-Si claro, a nosotros el Camino no nos interesa para nada.

-Pues ala, cuidadín, que por la vía pasa el tren.

- ¿Decías?

-Nada, nada... no lo entenderiais...

Salgo a la concurrida carretera N-630, y cuando pongo un pié en el puente que cruza el río Almonte todo tiembla, ¡Qué sensación más extraña!

Se supone que entre los dos puentes, -el siguiente es el del río Tajo-, hay un caminito que elude la carretera pero no lo veo. Así que sigo por el asfalto y por el estrecho arcén. A la izquierda queda el enorme pantano de Alcántara, la hundida torre de las Floripes, el apeadero del tren, y un poco más adelante, está el hostal Miraltajo con un enorme cartel que anuncia su venta.

Impone cruzar el Tajo por su amplitud y parsimonia; me pregunto cómo es posible que junto al caudaloso río todo sea árido; porqué el verde brilla por su ausencia; porqué no se aprovecha el agua para los cultivos. En sus márgenes, ni un triste árbol.

Por contra, al contemplarlo desde el puente y a cierta altura, sus aguas reflejan mil tonalidades de verdes y azules: desde el puro turquesa al brillante esmeralda, como las joyas de la corona de un marajá de la India.

En un extremo del pantano, hay signos de vida humana, un pequeño promontorio ofrece la sombra del parking del antiguo hostal Miraltajo, hoy cerrado por jubilación de los dueños.

En ese parking me encuentro con Werner y con Luis; y como por ensalmo se abre una ventanita del antiguo edificio. “¿Necesitáis agua peregrinos?”.

¡Jo! Si lo sé no salgo tan cargada!!!!. Pero en la Plata, más vale prevenir que pasarlo mal. Se agradecen las dos coca-colas que me venden para acompañar el bocata que me preparo.

Junto al hotel, un letrero en el Club Náutico anuncia que no se admiten mendigos -va por los peregrinos- y en una especie de búnker, a primeros de agosto inauguraron un albergue de peregrinos a bombo y platillo con sonrientes autoridades. Pero al parecer, agosto no era rentable o los peregrinos de agosto no nos lo merecemos. Ya lo abrirán de nuevo en septiembre que es cuando pasan más extranjeros.

Al dejar atrás el hostal, abandonamos por fin el asfalto; sólo quedan algo más de 12 kilómetros para llegar a Cañaveral.

El sol en lo alto, y la mochila que sigue pesando. Con una pronunciada curva, el camino sube a un altozano desierto, sólo algún pajarillo se atreve a desafiar la canícula.

En ese inmenso páramo, las que no paran son las afanosas hormigas; no deja de sorprenderme ver cómo acarrean briznas de alimento tres veces mayor que ellas. Recuerdo una y otra vez esa canción infantil: “Les petites formiguetes, al estiu, quan el blat ja està segat, ben lligat i apilotat ... fent xiu, xiu, ... cap el niu ...” (las pequeñas hormiguitas, en verano, cuando el trigo está segado, bien atado y apilado ....)

En la sombra del único árbol está Ralf preparándose un enorme bocadillo de atún. Pantalón largo, camisa de manga larga, latas varias en la mochila...  “Auf Wiedersehen Ralf,” no nos volveremos a ver. Creo que era una de esas personas con gran riqueza interior y muy tímido; pero nuestros ritmos son demasiado dispares.

Cuando Cañavaral está a la vista, es la hora de sacar la botella de agua que llevaba congelada; se ha mantenido fresca y se agradece. En el desvío a la estación de Cañaveral me espera Luis. Quiere tirar para allí creyendo que es más corto.

Yo no me fío de que el bar de la estación esté abierto y opto por la variante del pueblo; además, a esas alturas, un kilómetro de más o de menos, ni se nota y me apetece entrar en el pueblo. Werner es de mi misma opinión y finalmente Luis nos sigue.

Comemos un poco de fruta y enfilamos hacia el puente medieval de San Benito y su posterior subidita que nos deja en la entrada del pueblo.

Maite y los zamoranos, como han salido a las cinco (sin hacer nada de ruido), ya están en la piscina; tienen la llave del albergue y nos han dejado mensajillos estratégicamente situados.

A la entrada de Cañaveral hay una fuente; la primera gran fuente del Camino después de 350 kms. Allí contemplaré las originales formas de las chimeneas, muy típicas en esa zona, y la iglesia dedicada a Santa Marina que me hace recordar con cariño a una sobrinita de igual nombre.

En el primer bar que encontramos, entramos en busca de sombra, bebida fresca y algo que comer. El problema es que sólo hay aceitunas y bolsas de patatas fritas pues el pueblo está en fiestas. Acabamos con las existencias de Matutano.

Al salir del bar, la calle es un horno; deben ser las 5 de la tarde. He comprobado que esa es la hora peor del día; pero sé que hay una ermita a la salida del pueblo bajo la advocación de San Cristóbal y comento a mis compañeros que allí me espera una buena siesta.

A falta de mejor sitio para sellar, lo hago en la administración de lotería; paso por el “famoso” y desvencijado Hostal Málaga donde me comentarán que se come mal y que está muy sucio; y ante la ausencia de flechas o señales, la intuición me lleva a la ermita deseada, más alejada de lo que creía, tras caminar un buen rato por el arcén de la transitada carretera.

En Cañaveral quedan Maite y los zamoranos, mientras que Luis y Werner deciden siestear conmigo y seguir hacia Grimaldo. Mientras avanzamos, pienso que si mis dos compañeros no me asesinan por la espalda en ese momento de insoportable calor  y de cansancio, cuando les he dicho que la ermita estaba “ahí mismo”, ya no lo harán nunca

Cuando llegamos, en el momento de echar las esterillas en el atrio de la ermita, se nos acerca un coche y pienso que será alguien con las llaves para poder visitarla. Pero me equivoco. Es Prudencio que desconoce el significado de la palabra prudencia, y al intuir que somos peregrinos ha dado la vuelta y ha venido a saludarnos, puesto que él también hizo el Camino Francés. Ya estirados, nuestros ojos se van cerrando a la deseada siesta pero hemos de hacer un esfuerzo para mantenerlos abiertos y ser corteses con Prudencio que resulta ser un plasta y un poco fantasmilla, pues presume de hacer 40 kms. al día en el francés y se asusta por 30 en la Plata: ¡ja, ja, ja!

Sobre las 7 nos despertamos y nos preparamos para ascender por un cortafuegos de importante desnivel. El esfuerzo de la subida por el Puerto de los Castaños vale la pena. Al alcanzar la cima penetramos en un precioso pinar donde a su abrigo, la jara aún se ha mantenido verde y brillante.

El suave y tranquilo descenso termina en un puticlub guardado por un perro ladrador que sale disparado a nuestro encuentro.

Comento con Werner que Luis camina muy despacio y con dificultad; aún no lo sabemos, pero pocos pasos nos quedan para hacer junto a él.

El albergue de Grimaldo goza de los beneficios de una peregrina alemana que ganó un premio fotográfico y donó su importe para su mantenimiento.

Alguien ha cerrado el butano por error y me ducho con agua fría, pero hay restos de suavizante para el pelo, ¡todo un lujo!

El regalito del día vendrá de nuevo en forma de atardecer. Mientras tiendo la colada contemplo como entre las lejanas encinas, el sol declina hacia lejanas tierras. Pero esta vez, el baile no se tiñe de añil como el del día anterior, sino de rojos y anaranjados, fucsias y butanos. Retrocedo en ligera pendiente para perpetuar ese instante, para ganar unos segundos de latitud, unos segundos de danza del fuego.

Escondido el sol, sus rayos vuelven a crear un oleaje, un vaivén de luces y sombras que lentamente se va apagando.

Cenamos en el único bar del pueblo, Luis, su dueño, guarda las llaves del albergue. La cena, como tantas cenas plateras, consiste en lomo con patatas fritas y ensalada; para variantes sustitúyase el lomo por huevos fritos. Luis también me proveerá de pan para el día siguiente y lomo de caña para los tres días siguientes.

En Grimaldo aparecen Carmen y Judith, residentes en Málaga. Están de vacaciones aprovechando la infraestructura platera pues les gusta caminar. Lo bueno del camino es que cabemos todos. La verdad es que son muy simpáticas, y al ser Judith alemana, aliviará un poco los silencios de Werner.

Cuando me acerco a pagar a la barra veo que en la tele se inauguran los Juegos Olímpicos, bueno, más que en la tele, en Grecia. Pero a veces da la sensación de que sólo pasa lo que sale en la tele, y como yo nunca miro la tele, nunca sé lo que pasa.

En Grimaldo consigo probar el vino de pitarra del que había oído hablar. Ahí sufro un intento de “secuestro” por parte de tres mozos del lugar. ¡Por fin alguien me invita a un vino! ... bueno... ¡a tres!.

Son fiestas en un pueblo cercano y a las 4:30 de la madrugá tiene lugar “el toro  del aguardiente”, es decir, corres las vaquillas previa –supongo que masiva- ingestión de aguardiente. Los tres se ofrecen a enseñarme tan típico folklore. La oferta es tentadora por las vaquillas y por la juerga, pero no por los “ofertantes”, así que, entre broma y broma, tras apurar el último pitarra de la noche y con unas risas acerca de la inscripción que luzco en el dorso de mi verde camiseta –“desertores del arao”-, me voy a dormir.

XIV.- Peregrinos de sol a sol.

Sábado 14 de agosto. Grimaldo-Carcaboso. 32 kms.

Carmen y Judith me han querido convencer de lo bonito que es el cielo, la luna y las estrellas si se empieza a caminar a las 5 de la mañana. No lo han conseguido, y cuando salgo de Grimaldo con Werner y Luis, nos las encontramos perdidas después de más de dos horas de vagar por la carretera.

Grimaldo está un poco desviado del camino y no hay flechas que marquen la vuelta al mismo; además, las obras de la autopista han liado un poco los atajos. Pero Santi guía mi intuición y sin seguir ninguna flecha, alcanzamos juntos el camino.

Luis está feliz, somos cinco caminando juntos; esto ya se parece más a lo que él esperaba encontrar. Aún no lo sabemos, pero sólo vamos a caminar juntos un par de kilómetros. Los pasos que hemos compartido desde que salimos de Castillblanco de los Arroyos, están a punto de terminar.

El camino discurre entre dehesas de encinas y alcornoques, y aunque ya es de día, el sol aún no ha asomado completamente la nariz. Se camina en ligero ascenso y hacia el este, así que me enfrento a una larga salida del sol que se prolonga más de lo habitual debido a la singular orografía del terreno. Es mi segundo gran amanecer, un lujo para los sentidos.

A mi izquierda, innumerables cerdos de pata negra me abren el apetito. Además, si quiero caminar sola, como a mí me gusta, lo mejor es quedarse atrás. Así que les digo que tengo un ataque de hambre y me siento en una piedra a prepararme mi bocata de lomo, ¡sólo me falta un tomatito!.

Es el dia del famoso giro a la derecha donde muchos peregrinos se han perdido; pero no me cansaré de repetir que la Junta se ha esmerado y los bloques de granito marcan perfectamente el camino a seguir.

Hoy la calzada romana queda muy a la vista y recojo un trocito de pulida pizarra para mi tío Fernando, sé que le gustará.

En un pequeño altozano diviso la superficie plateada del embalse de Río Lobos. La fusión del verde con el azul es perfecta; la belleza del lugar es indescriptible.

Creo que en algún lugar me despisto porque las flechas me llevan a una pequeña senda junto a una alambrada; senda que queda cortada por un pequeño desprendimiento de tierra pero que salvo agarrándome a los alambres en la parte que no tienen pinchos.

Tres caballos pacen tranquilamente y un coche está aparcado a lo lejos. Uno de mis caballerosos contertulios de anoche me ha dicho que me esperaba junto a unos caballos en el camino; por eso creo que me he despistado, porque no paso cerca de los caballos. Pero diviso la cancela por donde he de salir y a lo lejos la carretera del pantano que he de cruzar, así que sigo adelante.

Tras una enorme flecha amarilla y un poco de asfalto, entro en la finca Valparaíso, el contraste del paisaje es abismal; parece un rancho del lejano Oeste. Unas cuantas vacas buscan con avidez un poco de hierba entre los pastizales. El polvo lo invade todo. Ni una triste encina, ni un alcornoque, desolación por doquier.

Todo es ocre hasta llegar a un pequeño canal donde un pequeño acueducto medio roto ofrece una bella imagen. El canal discurre a mi derecha; se nota humedad.

Sentado en un margen, me encuentro a un campesino que me da la espalda. Le saludo "Buenos dias...", hago amago de parar pero apenas me mira por encima del hombro.


Ya estoy acostumbrada a que no me hagan caso, así que sigo caminando unos cien metros y en uno de los bloques de granito me siento a beber y comer algo.


Al poco, haciéndose el rezongón, se me acerca el mismo campesino, azada al hombro. Me mira con recelo, pero sus ojitos escrutadores son un gran interrogante, son una gran lista de preguntas que no se atreve a hacer en voz alta.


Para romper su timidez le vuelvo a saludar.

-¡Hola!, Buenos días.

-Laaaaaaaaaaa.

-Bonito dia, ¿eh?

- Siiiiiiiiiiii.

-Un poco de calor ...

-Siiiiiiiiiii.

-¿Es Vd. de Galisteo?

-Noooooooooooooo.

-¿De dónde es?

-Plasenciaaaaaaaaaa.

-¡Ah!, me han dicho que es muy bonito.

-Siiiiiiiiiiiiii.

-¿Ha comido?

-Noooooooo.

-¿Quiere un poco de lomo?

-Noooooo.

Y así mantenemos una original conversación con largos monosílabos, si bien sus ojitos curtidos del sol me interrogan para que le cuente de dónde vengo, a dónde voy, si voy sola, de dónde soy...


No hacen falta grandes discursos, sólo pequeñas entonaciones:

- ¿Dedondeeeeeeeee?

-¿Aondeeeeeeeee?

-¿Solaaaaaaaaaaa?

- ¿Santiagoooooooo?

Sus ojos son vivos, curiosos, está solo, muy solo...

En tan original conversación aparece Werner y seguimos juntos hacia Galisteo. El canal da fe de su existencia con huertos y pastizales verdes. Una balsa con la bomba en acción impide un tentador bañito. Un sauce llorón ofrece un rincón ideal para un descanso peregrinil, pero me apetece más tirar hacia Galisteo.

Al acercarme (Galisteo es de esos pueblos a los que no llegas, sólo te acercas) se anuncia un albergue Alba-Plata en el pueblo de San Gil, a unos pocos kilómetros. Se evita la tentación pues me gustaría llegar a Carcaboso;  y se opta por la elección más dura, otra fuerte subida, a pleno sol, cuando éste está en su zenit.

A la vuelta, he sabido que he pasado por temperaturas superiores a los 40 y 42 º con inusitada frecuencia; pero en el Camino, nunca me preocupé en saber qué marcaba el termómetro. No hay mejor termómetro que mi propio cuerpo para saber si puedo o no puedo seguir.

Cuando alcanzo la cima, Galisteo ha desaparecido. No existe el menor rastro de la torre que despuntaba ni de las murallas que lo rodean. ¿Se lo han llevado? No puede ser. ¿Me he equivocado? Sí puede ser. Después de dar un rodeo, aparezco cerca de la Puerta del Rey, frente al bar Los Emigrantes.

En Los Emigrantes nos hidratamos con las claras de rigor, pero el trato no nos gusta demasiado, estarán cansados porque el pueblo está en fiestas.

Es curioso porque hace un año que tenia que comer el bacalao de Rusticiana recomendado por Manolo. Por la mañana, Xabier me dice que vaya a Los Emigrantes y no a Rusticiana porque le trataron mal, y Gregorio, también desde la Plata, me pide dé recuerdos a Rusticiana por lo bien que le trató. ¿En qué quedamos?.

Mi opción está tomada desde hace un año, pequeña vuelta por Galisteo, contemplando las murallas y el ábside mozárabe de su iglesia con Antonio al otro lado del hilo telefónico preocupándose por mí,  y a Rusticiana a por el bacalao. La decisión es más que acertada. Werner se apunta a mi festín, como se apunta a muchas de mis decisiones.

Cuando acabamos de comer, aparecen el resto de peregrinos que quedaron atrás y se instalan en el albergue. Como el pueblo está en fiestas, llegan unos gitanos y montan un buen tinglado en el Mesón con un “manitas de plata” a la guitarra. Me dedican una rumbita catalana, de las que a mí me gustan.

A las 5 decido irme a echar una siesta por el camino, pero Rusticiana me lo impide y me manda a su albergue, a que descanse un rato. Ella tiene razón, la calle es un verdadero asador, no se mueven ni las hormigas.

A las 7, Werner y yo nos despertamos de la siesta y él sigue hacia Carcaboso siguiendo mi consejo. Pero a mí, aún me quedan cosas por hacer en Galisteo, como ser objeto de un conjuro celta y de una refrescante e interesante charla con Rusticiana; una menuda gran mujer.

A la salida de Galisteo, en un parque público, los gitanos siguen tocando palmas y dándole a la rumba. Cruzo el puente medieval sobre el río Jerte en cuyo pretil derecho hay un contador del ganado que cruzaba la cañada Real soriana occidental. Ya lo decía Machado, “Soria dura, Soria pura, cabeza de Extremadura”.

Me quedan unos 11 kms. de carretera. No hace calor sino bochorno, los campos de maíz, más altos que yo, retienen la humedad y el calor es sofocante. Cuando hay algún riego por aspersión, me aproximo a por la ligera duchita.

No perdono una clara en el Hogar del Jubilado de Aldehuela del Jerte, para eso están los bares del camino... ¿o no?.

Me acerco a Carcaboso pensando en experiencias de otros amigos. Sé que algunos han dormido en el matadero municipal reconvertido en albergue de peregrinos, y que otros han dormido en el Bar Pacense, cuya dueña, Dña. Elena, ofrece camas a los peregrinos. Tres vecinos del pueblo me sacan de dudas, el matadero ya no acoge peregrinos. El Ayuntamiento le está sacando más partido al haberlo alquilado a una industria. Entre semana se puede ir a la piscina, pero los fines de semana, entre despedidas de solteros, las 24 horas de futbito y otras actividades, el peregrino queda colgado.

Cuando siguiendo las flechas amarillas cruzo la carretera para entrar en el pueblo de Carcaboso, oigo un grito: “Gloriaaaaaaa”. Es Werner que agita los brazos en medio de la carretera, está en casa de la Sra. Elena esperando mi llegada. No ha decidido nada hasta que yo decida qué hacer, pero le ha dicho a la Sra. Elena que una peregrina aún está en camino.

La Sra. Elena es de las que merecen punto y aparte. Es imposible transcribir la conversación que mantengo con ella. Sólo sé que acabo comiéndome la sopa que tiene preparada para su familia, que intercambiamos recetas de cocina, y que nos manda a dormir a casa de su hija. “La pensión es para los ciclistas y los turistas”, me dice.

En la noche de Carcaboso me resisto a acostarme. Las estrellas vuelven a estar al alcance de mi mano, parece como si descendieran del cielo para acurrucarme o para que yo las acaricie, no sé...

XV.- “Kagonlaputa con Ka”. Hoy toco fondo.

15 de agosto. Carcaboso-Aldeanueva del Camino. 38 kms.

La Sra. Elena se ha ofrecido a prepararnos una tortilla para el camino. El fandango que se monta porque ha perdido el pan es divertidísimo, la pobre está muy “atabalada”. Aparecen unos ciclistas que han dormido en la pensión y los manda a paseo con la excusa de que no ha quedado con ellos, sólo ha quedado conmigo y con Werner, aunque también puede atender los cafés y chupitos de sus paisanos.

Para desayunar le pido un té pero con el lío del pan me pone un poleo menta. Un paisano rechaza un cortado y cambio la infusión por el café. Dña. Elena me enseña sus pequeños tesoros y aparece un sobre con fotos del que reconozco la letra: ¡Roberto! (El de cabo a cabo). ¡Cómo no se me había ocurrido nombrarle a Roberto!. Al final, me echa del bar alegando que me queda un día muy duro. Ni ella ni yo lo sabemos bien!

Al cruzar la carretera, otro grito. “Gloriaaaaaaa... que me he equivocaooooo... que no te he dado un teeeeeeeee...” Le mando un beso y cruzo el pueblo al son de las campanas, no sé la hora, no llevo reloj, pero están tañendo.

Sé que es un día duro, puede que en Venta Quemada me den agua, puede que en Cáparra también, de lo contrario, hasta Aldeanueva del Camino, nada.

Sobre el papel hoy toca saltar cancelas, y toca el mítico Arco, con mayúsculas. Mi amigo Jesús me ha contado mil veces la siesta a su sombra; cuando lo aviste, le mandaré un mensaje con una sola palabra: Cáparra.

Apenas empezamos a caminar remontando un canal hasta una portela, Werner y yo nos separamos, caminaré con Dña. Sole durante todo el día.

El primer tramo de la jornada es bonito, precioso, alcornoques y robles, flechas que juegan al escondite, y mi ánimo que está por las nubes. En más de una ocasión, cuando las subiditas eran pronunciadas, me decía: “Animo Gloria, que tu puedes”. Esta mañana, no hay subida que se me resista. Bueno, no hay resistencia hasta que llego a una cancela sin ninguna marca amarilla. ¡Qué extraño!

Desciendo por la senda constatando que no la he dejado en ningún momento y buscando insistentemente alguna flecha semi-escondida. Es cierto que la última flecha que he visto en un murete de piedras es un poco curva, pero a mi entender, marca hacia arriba, el sentido del sendero. A pocos metros del murete donde vi la última flecha doy media vuelta y vuelvo a subir por el mismo sendero. Llego a la portela sin marca y la cruzo, me digo que quizás se olvidaron de pintarla. Y así sigo hasta la siguiente portela que tampoco tiene rastros de pintura amarilla. Definitivo: me he perdido. He pasado tres veces por el mismo sitio, y las tres me he equivocado. Vuelvo a recular contemplando las mismas encinas por cuarta vez.

Me sorprende ver la flecha frente a mí cuando vuelvo al murete de piedras. Ahora entiendo la flecha con la curva, significaba que debía dar un giro de 90º y seguir paralela al murete de piedras.

Me digo que no pasa nada, pero arriba y abajo he hecho más kilómetros inútiles que un tonto. Sigo por el senderito con el murete a mi izquierda y el paisaje y la paz que allí se respira hacen que me olvide del incidente.

En plena fase de olvido, junto a una portela, me sale disparado un perro pastor. Le enseño la punta de mi bordón, a la altura de su hocico, pero no se amilana. En cuanto doy un paso que rebasa la portela me planta cara ladrando y empujándome un paso hacia atrás. Si me quedo en la portela, da media vuelta y se va. Lo intento en reiteradas ocasiones pues las flechas me indican que siga, pero el tío que no, que por allí yo no paso.

Tengo dos opciones, o arrearle con el bordón o abrir la cancela y salir del camino. No le veo dispuesto a morderme ni a atacarme, sólo a evitar que siga el camino. Pero no me atrevo a pegarle. Así que abro la cancela que está a mi izquierda y camino; camino hasta que me encuentro al dueño del perro que se extraña mucho de su actitud y me indica que si sigo recto, salgo a la carretera que me lleva a Venta Quemada. ¡Claro que salgo  a la carretera y a Venta Quemada! Pero previamente he de hacerme unos kilometrillos de propina dando un rodeo por el puñetero perro al que no le caigo simpática.

Parece que no es mi día, intento hablar con mi sobrina para saber si pasó por O’Portón y sólo consigo oír que está en Melide, no hay cobertura.

Cuando llego a Venta Quemada, saludo a los dueños que están subiendo a su coche y pregunto si es allí donde dan agua fresca al peregrino. Me contestan que a veces sí, pero que en ese momento no pueden porque se van. Llevo dos botellas vacías de agua en la mochila y les pregunto si tienen un contenedor o algo donde tirarlas. Su respuesta es que las tire “por ahí”, pero no delante de su casa. Pues vale, me digo... hoy no toca. Hoy no es mi día. ¡Demasiados regalitos me ha hecho Santi hasta la fecha!.

Entre encinas y alcornoques sigo remontando la calzada romana denominada en este tramo “Cañada Real de la Plata”; sigo en pos de Cáparra, de la ciudad desaparecida, del arco cuadriforme; lo presiento como algo mágico e idealizado.

Sigo, hasta que a lo lejos, como por ensalmo, aparece ese imponente arco. Aparece y desaparece de inmediato, pues el húmedo y asfixiante camino se vuelve estrecho entre huertos y fincas particulares hasta que de nuevo aparece frente a mí en todo su esplendor.

Pero... a su sombra y alrededores, hay una invasión de turistas haciendo fotos que acuden a mí como si yo fuera Copito de Nieve rompiéndome por completo la magia del lugar.

Uno:

- ¿Eres peregrina? ¿Estás haciendo la vía de la Plata?

-No, estoy haciendo el Camino de Santiago...

-¿Vas sola?

-Sí, claro (no había otro peregrino en varios kilómetros a la redonda).

-¿No tienes miedo?

-No, ¿porqué debería tenerlo?

Otro:

-¿Estás haciendo la Ruta de la Plata?

-No, estoy haciendo el Camino de Santiago...

-¡Ah! Pues yo fui desde el Monte del Gozo...

-Enhorabuena señora...


Y un tercero:

- ¿Eres excursionista? Lo digo por la mochila.

-No, no soy excursionista. Estoy haciendo el Camino de Santiago.

-Pero eso está en Burgos, ¿no?

Y de la vía a la ruta y de la ruta a la vía... ¿es que nadie puede entender que un peregrino, lo que “hace” es el Camino de Santiago?

Pese al incordio, me siento a la sombra del Arco, intento evadirme cerrando los ojos y recopilo, imágenes, sensaciones, vivencias y recuerdos. Recuerdo a todos los amigos que han pasado por allí; y en especial, recuerdo la siesta de Jesús, me gustaría descansar un rato a la sombra del arco, disfrutando de su silencio.

Al cabo de un par de minutos, una voz me devuelve a la realidad: “Oye, oye,... ¿te puedes cambiar de sitio? - cara de sorpresa por mi parte- Es que sales en la foto y molestas...”

Ni me muevo, vaya; pero qué mal rollito me han metido entre todos. Como no estoy a gusto, me voy hasta el centro de interpretación, una turista me recomienda el vídeo para que esté fresquita con el aire acondicionado. Con lo sudada que estoy, si me meto dentro, cogería una pulmonía. ¡Hoy me quieren matar!.

El pobre guardia del centro es muy amable, me cuenta que intenta que la máquina de coca-colas esté llena, pero evidentemente está vacía. Me cuenta que hay una manguera escondida a disposición de los peregrinos, y que en caso de apuro, hay una cama. De una neverita me da agua de su casa y me vende un par de coca-colas fresquitas.

Vuelvo al Arco por si ha pasado la vorágine turista pero han llegado nuevos guiris; sintiéndolo mucho, me largo. Me largo por un caminito vigilado por atentas vacas mucho más simpáticas que los turistas; vacas que parece que lleven gafas por las manchas marrón claritas que tienen alrededor de los ojos.

Vacas y más vacas... pero, ¿dónde están los toros en esta tierra? Con las ganas que tenia yo de cantarles el toro enamorado de la luna, o el torito bravo de El Fary !!! Ni uno me encuentro, cerquita, ni uno! Y yo que llevo el polar rojo por si hay que darles un paso de pecho, una chicuelina o una manoletina...  ná, ni uno.

Justo antes de alcanzar la carretera de servicio al canal que por ahí se extiende, me instalo cómodamente a la sombra de una frondosa encina. Llamo a mi madre y a nuestra amiga Asun (mi hospitalera de Zaragoza), hoy es el día de la Virgen, la Asunción, hoy también es el santo de Tita Asun y de María Menoyo. Felicitadas están desde primera hora de la mañana.

La carretera en cuestión no se acaba nunca; el sol está implacable. Las flechas e hitos de granito desaparecen, un cruce, un vado,... nada coincide con la escasa información que llevo encima. En realidad, no es que no case, sino que no la interpreto bien. Además hay un tramo en obras por la autovía y la señalización ha desaparecido por completo.

En marzo, Xabier nos hizo un plano del punto más conflictivo a Gregorio y a mí. No quiero reconocer a Xabier que no llevo su planito –orgullosa que es una-; Gregorio ha pasado por allí unos diez días antes que yo, así que en el punto más crítico, cuando estoy convencida de que me he perdido, cuando son las cinco y media de la calurosa tarde, y no tengo ni remota idea de por dónde seguir, le llamo. Para mi sorpresa, me confirma que estoy en el buen camino aunque difícilmente señalizado.

Desde la autovía un coche me pita, imagino que será algún peregrino y alzo el bordón. No he cerrado el móvil y al momento me llama Maite. “¿Por dónde andas?, ¿cuándo llegas a Calzada de Béjar”. Me pregunto que qué le importará a Maite cuándo llegue a Calzada, pero la pregunta tiene truco. “¿Has oído un coche que te ha pitado?”. Quería asegurarse de que era yo. Maite, de Bilbao, a la que conocí en el 2002, iba en ese coche procedente de Cádiz con otros peregrinos salmantinos pero no puede parar. La coincidencia me emociona y se me pone la piel de gallina.

Gregorio no sólo me ha confirmado que estoy en el buen camino sino que me ha indicado dónde hay un bar. Llego agotada y se me abre el apetito. A las seis de la tarde, a instancia del dueño, me como un churrasco que me sentará como un tiro.

Vuelvo a cruzar por segunda vez por debajo de la autovía y enfilo el camino correcto aunque da un gran rodeo y en pronunciada subida. Este tramo es muy bonito, muy verde, con variado ganado; ya empezó el ascenso a la sierra salmantina.

De nuevo coinciden camino, calzada romana y cañada real; pero mientras voy subiendo la sierra que separa Extremadura de Castilla, me va saliendo lo peor del día; el perro, los kilómetros de propina, el mal rollito de Cáparra, el churrasco que sube y baja, el amargo sabor de sentirse perdida, el plomizo sol, las obras...  toco fondo...  no puedo más

Han sido más de 110 kms. en tres días; estoy agotada física y mentalmente. Empiezo a odiar Aldeanueva del Camino hasta que llego a la carretera de acceso al pueblo. No hay señal alguna pero tiro por intuición hacia el norte, y en el kilómetro que más o menos me queda, voy jurando en arameo con todas las “Kas” posibles (¡Kagonlaputa con Ka!).

La gota que colma el vaso es que el bar que tiene las llaves del albergue hace meses que está cerrado, y cuando por fin consigo entrar, constato que los últimos peregrinos que pasaron por allí, desconocían totalmente el significado de la palabra “limpieza”.

Pero... Santi no me va a dejar sin mi regalito diario. La señora que tiene la llave del albergue es muy amable; los que me dejan cerillas para el butano también; el vecino en cuya cuerda tiendo la colada se desvive por mi estado; una perra está tumbada en la acera agotada, y medio escondidos en unas plantas, dos cachorrilos de apenas unas horas asoman la nariz; dos pegatinas “Bebe y Lucha” en la pared de la cocina... detallitos, sonrisas... y una ducha reparadora que se lleva todos los malos rollitos del día.

Hay otro regalo que Santi me hace cada dia. Las llamadas y mensajes de muchos amigos peregrinos que cada dia, tienen la paciencia de acordarse de mí. No hay dia que no reciba un mensajito de Iria y sus cariñosas frases, o de Josepepe.

Pero en especial, y por la dureza de sus caminos, son especiales los ánimos y el cariño que me transmiten Paco –quien desde Viladecans subió a Montserrat y a San Juan de la Peña con su botellita de agua del Mediterráneo para fundirla en el Atlántico fisterrano-, y por su puesto, mi “Primitiva Hermana Pilar”.

El agua de la ducha inunda el cuarto contiguo y mientras paso la fregona aparece un sonriente Werner. Se ha perdido por el laberinto de carreteras y en medio de la pura nada le ha pedido al Apóstol que le eche una manita.

Santi le ha mandado a Richi, un carro de fuego con la música de Jimmy Hendrix a todo volumen. Richi le ha dado un garbeo turístico por Hervás y le ha dejado a pocos kilómetros de Aldeanueva.

El pueblo está celebrando su Semana Cultural, la plaza está en plena ebullición. Me limito a cenar una ensalada y un yogur pues mi estómago ha sido vencido por el puñetero y grasiento churrasco. Y mientras escucho a un grupo parecido a Jarcha ensayar una y otra vez cómo las mozas van con el cántaro a la fuente, oigo a mi espalda:

-Desertores del arao!. -Me giro sorprendida-.

-¿Eres de la Andalusí Neibi?

-Sí.

-¿Eres del Comando Barcino?

- Sí.

-¿Eres Gloria?

-Sí, claro.

- ¡Te pillamos!. Te venimos buscando por los albergues a indicación de Alfredo, el hospitalero de Astorga que nos hizo la credencial...

Vaya, vaya, qué pequeño es el Camino; tres bicigrinos en busca de un barcino.

Al volver al albergue la perra que ha parido sigue tumbada y agotada en la acera. Para ella ha sido un dia muy duro. Para mí también lo ha sido pero ya se me ha pasado. Además, he tomado una decisión; voy a aflojar un poco el ritmo. Mañana no voy a caminar 42 kilómetros hasta Fuenterroble de Salvatierra, me lo tomaré con más calma.

XVI.- Aflojando y un pequeño desvío.

16 de agosto. Aldeanueva del Camino-Calzada de Béjar (Casa-Franca). 22 kms.

Salgo con Werner del albergue despidiéndome de José Antonio y sus dos amigos bicigrinos. Están a punto de abrir la churrería de la plaza, son las 8, pero los fritos mañaneros no me apetecen, así que seguimos por ese bonito pueblo de floridos y viejos balcones de madera hasta salir a la carretera donde un hostal ha dado cobijo a tres ciclistas muy finolis que ponen a punto sus bichos con ruedas y ni se dignan a contestar nuestro saludo.

Nada más entrar, el chaval de la barra me dice: “¡Tú eres Gloria!”. ¡Jolín, vaya caminito de incógnito!, pienso yo. “La Sra. Elena te está buscando, ha llamado a todos los bares de la zona preguntando por ti”.

Llamo de inmediato a la Sra. Elena de Carcaboso, está muy preocupada por tres motivos. Primero, por saber cómo había llegado a Aldeanueva y si lo había hecho sin percances; segundo porque me había dado un poleo-menta en lugar de un té; y tercero, porque tiene la sensación de que me ha cobrado demasiado por la cena, el desayuno, el bocata y todo lo que me había ofrecido (es evidente que en modo alguno me había cobrado en exceso, al contrario). Se queda satisfecha con mis explicaciones de que estoy perfectamente bien y llegamos a una transacción económica que le parece satisfactoria: cuando pasen dos peregrinos amigos de mi parte, les invitaría a desayunar. Así que Marc y Pepe, cuando salgáis de Cañaveral, ya sabéis dónde habéis de parar a repostar.

¡Ah! Se me olvidaba, en según qué épocas del año, la Sra. Elena da huevos duros a los peregrinos para el camino; en otras, mientras te tomas un vino en la barra, te lo da para que te lo comas ahí mismo y tires la cáscara al suelo. Si no lo veo, no lo creo!.

Tras el desayuno, sigo con Werner hacia Baños de Montemayor, último pueblo extremeño. Son unos 11 kms. de constante ascenso, casi todos por el arcén de la carretera.

Mi mochila tiene dos bolsillos laterales muy prácticos, en ellos llevo dos cantimploras que me había recomendado Xabier, de la casa Leiken, una de dos litros y otra de uno. Son blandas, se adaptan a la perfección, cómodas y con una funda de metal que conserva el fresco bastante rato. Para los 11 kms., y a esa hora, he pedido al del bar que me llene la cantimplora pequeña de agua.

Subiendo, tengo sed y echo mano al bolsillo lateral. Para mi sorpresa, veo que la cantimplora no está, me la he olvidado en la barra del bar. ¡Mala suerte!, es lo único que he perdido en el Camino. Sigo subiendo pensando que puedo aguantar pero cuando veo un letrero según el cual faltan 5 kms., me digo que me será imposible aguantar y a grito pelado, llamo a Werner que se ha distanciado un poco de mí para que me dé un poco de agua.

Werner siempre lleva un montón de botellas de medio litro, así que me da una y seguimos subiendo.

Al llegar a Baños, no podemos visitar ni el centro de interpretación ni las termas romanas. Es lunes y está cerrado. Werner decide quedarse, está muy cansado y se tomará un dia de relajo.

En un bar me encuentro a un “motogrino”. Enfundado en su traje motero, pretende llegar en tres días a Santiago desde Guadalupe, junto a su casa; pero siguiendo el Camino. Está muy preocupado porque se pierde cada dos por tres, no puede seguir las flechas, se lía con los mapas y se angustia con facilidad.

Tuvo un accidente e hizo una promesa, y se encuentra en un agobio al ver que no la podrá cumplir. Quiere seguir hasta Astorga y allí coger el camino francés pensando que le será más fácil. Le digo que no lo haga, que allí molestará a los peregrinos que vayan por el camino. No lo entiende. El no quiere molestar a nadie y me lo creo, pero no es lo mismo encontrarte a dos peregrinos en un dia que te escuchan y te entienden, a encontrarse a doscientos que te van a maldecir hasta el carnet de identidad. Le doy algún consejillo para animarle y ayudarle, pero está tan equivocado en el medio y tan agobiado en su ánimo, que va a seguir adelante

A recomendación de Roberto y de Mudo, voy con Werner al balneario e intentamos que nos den un buen masaje; pero hasta el sábado no hay una hora libre. Queda la opción de un baño en sus múltiples variantes, pero mis pies están muy bien (un amago de ampolla duerme plácidamente bajo un esparadrapo protector en la punta de un dedo), y temo que si se me remojan en exceso, puedo salir malparada, así que a falta de masaje, renuncio al baño.

Me tomo Baños de Montemayor con mucho relajo, pero tras el bocata de un mal cortado jamón, me despido de Werner y sigo. Tengo ganas de cruzar ya la frontera salmantina.

Sobre el papel, me espera una importante subida, pero será el bocata o será que el tiempo refresca un poco, (creo que ya no volveré a pasar los 40º ningún dia), que la subidita al salir de Baños se me hace un paseo.

Salgo por una reproducción de la calzada romana en constante ascenso y en un suspiro, digo adiós a Extremadura, compañera de largas jornadas.

Castilla-León, la inmensa Comunidad castellana, me recibe entre bosques de castaños y robles por la “Cañada Real Aliste-Zamorana o de la Plata”.

Una gasolinera me ofrece la posibilidad de repostar agua fresca; me río de los que me miran con cara interrogante. No, no necesito super, ni gasoil, ni con plomo ni sin plomo; sólo un poco de agua fresca, mi mochila, mis botas y mi bordón. Me siento orgullosa de mi look peregrino y sonriéndome a mi misma, dejo atrás Puerto de Béjar enfilando uno de los parajes más bonitos que recuerdo, eso sí, lleno de moscas que barruntan tormenta.

El camino desciende vertiginosamente entre castaños hacia el río Cuerpo de Hombre. ¡Vaya! ¡Parece que por fin me encontraré a un metrosexual en mi camino!.

El río se salva por el bonito puente de la Malena y en el pretil izquierdo me tumbo como si estuviera en una confortable “chaise-longue” comiendo un poquito de pan y de lomo de Grimaldo que se han convertido en parte indispensable de mi mochila.

Desde allí hablo con mi amiga Ana Berbel, dice que mi voz suena serena; han sido bastantes los momentos que he ido compartiendo con ella, casi siempre sentada debajo de un árbol y comiendo algún trocito de pan.

Nuevos miliarios y restos romanos, y el camino se hace cómodo hasta Calzada de Béjar. Yo temía tener que remontar todo lo que he bajado y resulta que la etapa se me hace mucho más fácil de lo previsto.

Hoy me cruzo con vacas y perros que no me hacen el mínimo caso.

A las 16,30 ya estoy en Calzada de Béjar; en el punto donde Luis y Lola empezaron su camino hace unos días. También es curioso que justo en Puerto de Béjar, Manolo dejó su camino hace justo un año. Donde unos terminan, otros empiezan. Así es el camino, siempre vivo, siempre receptivo.

Hilario y Lumi son dos peregrinos que viven en Casa Franca, a pocos kilómetros de Calzada de Béjar, y pasan largas temporadas en Barcelona.

Buenos amigos de Asun, me hicieron prometerles que les avisaría cuando estuviera cerca de su casa. Así que quedamos para vernos. Cuando les llamo, Hilario dice que viene a buscarme al momento.

En lo que tarda, entro en el nuevo albergue privado, en el bar del pueblo (la dueña no se destaca por su aseo personal ni por la limpieza del local), y me atraco de rancios cacahuetes que como tapa, acompañan las claritas de turno.

Una rápida tormenta veraniega refresca el ambiente, y por primera vez, he de sacar la “rebequita” de la mochila mientras charlo con una peregrina que hizo el Camino a caballo –cariñoso saludo al caballo- y tres simpáticos bicigrinos me invitan a una cerveza.

La hospitalidad en casa de Hilario y Lumi no tiene parangón. Como dice Santi, es una buena muesca en mi bordón. Se agradece sobre todo su cariño, el suavizante para el pelo, y el lechoncito recién matado que Lumi prepara con esmero.

Nos dan las uvas con anécdotas y vivencias varias e intentan que Blas, el famoso cura Blas de Fuenterroble de Salvatierra, acuda a su casa pues lo hace con frecuencia. Su mayor deseo es que pueda conocer a Blas el dia siguiente, pero como dicen todos los que le conocen, con Blas, nunca se sabe.

XVII.- Blas.

17 de agosto. (CasaFranca) Calzada de Béjar-Fuenterroble de Salvatierra. 22 kms.

Desayuno en familia y con un par de manzanas para el camino, Hilario me devuelve a Calzada de Béjar.

Al ponerme la mochila, un abuelete me dice: “¡tú ya estuviste ayer aquí, me fijé en ti!”.

Le cuento mis andanzas y me certifica que “eso”, no es hacer trampa. Ja, ja, ja,... si aquí la única trampa sólo me la puedo hacer a mí misma, ¡vaya tontería!, ¡trampas en la Plata!.

El Camino de hoy se convierte en un paseíllo por los montes salmantinos que no ofrece ninguna dificultad. Cómodas dehesas, restos de miliarios, y la evidente mano de Blas impulsor de la recuperación de estos tramos plateros.

Voy siguiendo los trazos de calzada romana entre pastos acotados; un hombre saca agua de un pozo para llenar un abrevadero, se nota que no le apetece hablar.

Cara a cara, a escasos metros, me encuentro con una vaca de hermosos cuernecitos. Nos vamos acercando como en los duelos del oeste. Perece que éste lo gano yo porque al final, ella se aparta del camino y me cede el paso galantemente. ¡Qué educada!. ¿Será un toro?. Me giro para mirarla bien, no, no es un toro. Creo que es una vaca despistada que busca cómo salirse del camino y recuperar los tranquilos pastos.

Cuando estoy llegando a Valverde de Valdelacasa mi estómago ya me reclama el bocata de media mañana, pero el único bar está cerrado. Como el siguiente pueblo está a una hora escasa, intento no dejarme llevar tanto por un instinto tan primario como el hambre y aguanto un poco.

Hasta ahora, voy caminando como un animalito, cuando tengo hambre paro y como de lo que hay en la mochila, si no hay nada, me aguanto. Y cuando llego a un pueblo, si hay donde elegir, elijo. Y si no, como lo que me dan. Más simple, imposible.

En ese pueblecito de cuatro calles, me llama la atención la calle de las Campanas. Enrique, un peregrino de Barcelona, llama a este Camino, “el de las campanas” porque “los lejanos tañidos de campanas que te lleguen, no provendrán siempre de próximos campanarios, muchas veces será la peculiar forma con la que te acompañaran tantos y tantos peregrinos de todas las épocas, que algún día también dejaron sus huellas y probablemente algo mas, por esas viejas trochas, por esas viejas encrucijadas, por esas viejas y contundentes tierras. Los tañidos, por estas tierras, son otra cosa, a uno le desgarraron el Alma a jirones porque son ciertas huellas a modo de sonidos… “ En ese momento, al recordar esas palabras de Enrique, no puedo ni imaginarme la grata sorpresa que me dará al salir a mi encuentro en Zamora.

En el abrevadero de la salida del pueblo asusto a dos vacas. ¡Vaya hombre! Yo, que no me he cruzado con un toro sin que mediara una valla por en medio... resulta que asusto a dos pobres vacas. El vaquero se parte de risa conmigo.

Tras pocos kilómetros de constante pero suave ascenso, alcanzo Valdelacasa. Un hombre está arreglando unas tuberías de agua y justo cuando paso yo, “buuuuummmm” una gran explosión, el agua que sale por propulsión a chorro, y el balcón de tres casas más allá que se inunda. Si fuera una mañana calurosa, de buena gana me pegaba una duchita, pero el tiempo ha refrescado y evito mojarme más de lo justito.

Pregunto por el bar del pueblo y me informan que está cerrado, no lo está, pero se ve que no toca entrar. Pregunto si hay posibilidad de comprar pan y me indican que más arriba en una de esas tiendas en las que hay de todo pese a sus minúsculas dimensiones.

Como me queda lomo de Grimaldo (mira que me llegó a dar lomo el hombre del bar!!!), sólo compro pan y un refresco. Me sorprende que me cobren 99, - céntimos. En la tienda, comento que en Barcelona, esa suma no existe, que todo se redondea al cero o al cinco. Ya hace días que he notado que los céntimos abundan por la Plata.

Bromeamos sobre la fama de tacaños que tenemos los catalanes y como me río de mi sombra, les cuento el chiste de los catalanes y la estufa. Hoy toca hacer reír a la gente, más vale así.

Junto a la iglesia busco un lugar protegido por el viento para comerme el bocata, sí que hace fresco sí...  Cuando pasa algún lugareño devuelve mi saludo sin pararse ni un segundo; no me extraña, me deben ver como a un bicho raro.

Salgo del pueblo cruzando la carretera y por cómodos y bonitos caminos que siguen la Calzada Romana me acerco a Fuenterroble de Salvatierra. Un gran panel informativo explica lo que es el “Camino Mozárabe”.

En realidad, demasiados nombres para un solo Camino, el de Santiago. Incluso la autovía que se acerca a Oviedo, según me informa Pilar, se llama “Vía de la Plata”. Desde Granja de Moreruela, este Camino también se llama Mozárabe; y desde Salamanca, Fonseca. En otros tramos, desde Granada y Córdoba, también es Mozárabe. Unos le llaman “Vía”, pero por la vía pasa el tren; otros le llaman ruta, pero eso me suena a excesivo turisteo... Lo dicho, con lo fácil que es llamarle Camino de Santiago o Camino de la Plata...

A buen seguro, fueron los mozárabes, los viejos cristianos que quedaron en las tierras del califato, los primeros que siguieron esa calzada con espíritu peregrino en busca de un campo estelado, de un sepulcro, de un sueño, de una ilusión.

Mientras asciendo suavemente por un amplio camino, es imprescindible parar un rato a contemplar como un ternerito mama; va dando lametones a la ubre de su madre, tiene tres biberones de donde chupar y va cambiando rítmicamente. Es una imagen muy tierna y simpática

Imagino que mis compañeros que quedaron atrás seguirán mis pasos un poquito más tarde. Ya hace días que en varias ocasiones, había pensado en dejarles un mensajito a Luis y a Werner. Pero Luis ya no camina; desde Cáparra su rodilla se negó a continuar.

Puesto que el suelo está húmedo, con la punta de mi bordón escribo un gran ULTREYA en el suelo, y a continuación, los nombres de los que he conocido y caminan: Werner, Angel y Carmen de Zamora, Maite, Judith y Carmen (de Málaga) y Ralf, el lento alemán que no sé por donde anda y que ignoro si llegará a verlo.

El primero que verá el mensaje será Werner, mi peregrino solitario. Han salido todos de Baños de Montemayor pero él les ha cogido delantera. Hará una foto al mensaje y esperará a que los demás lleguen para retratarse todos juntos, ¡hombre, tampoco hay para tanto!.

Antes de las 2 ya estoy en la puerta del albergue de Fuenterroble.

-¡Buenos diaassss!!!!.

-Pasa, pasa...

-¿Es Vd. don Blas?

- ¡El mismo que viste y calza! Tu debes ser la amiga de Cuchi. – Contesta mientras me planta dos besos.

Buena tarjeta de presentación la de Tita Asun que allá por el jurásico superior, -como dice ella- ayudó a Blas a subir la Cruz de Santiago al Pico de la Dueña, ¡eso eran caminos y no los paseíllos de ahora!!!!

Acto seguido, Blas me acribilla a preguntas. Apenas puedo contestar una, que ya me está planteando la siguiente:

-¿Estás haciendo el Camino de Santiago?

-¿Sabes lo que estás haciendo?

-¿Sabes qué es la Plata?

-¿Estás segura de lo que estás haciendo?

-¿Te has equivocado en tu decisión?

-¿Volverías a repetirlo?

-¿Llegarás a Santiago?

- ¿Dónde empezaste?

-¿Volverás el próximo año?

Ni me da tiempo a mover la cabeza afirmativa o negativamente. Más tarde, con más tranquilidad, le preguntaré:

-Blas, ¿Porqué me has acribillado a preguntas sin dejar que te las contestara más que con monosílabos?

- Sólo quería tener la seguridad de que estás convencida y satisfecha con lo que estás haciendo.

-Sí, claro que lo estoy.

-Ya lo sé, ahora sí lo sé.

-¿Cambiaría algo si no lo estuviera?

-Quién sabe...

Blas está con un matrimonio amigo, Matilde, peregrina solitaria, y José, consorte comprensivo. Matilde ha hecho un hornazo y llego a punto de sentarme a la mesa. Lo divertido del hornazo es que Mati se ha equivocado y le ha echado aceite con guindilla, así que entre aspavientos varios, y con ayuda bastante vino, la enorme empanada, cae.

Blas es un personaje mítico del Camino de la Plata. Llegó a Fuenterroble con una iglesia en ruinas, una casa parroquial sin techo y muchas cosas por hacer. Toca muchas teclas, dicen que demasiadas, pero es una fuente de ideas, de innovación constante. Cuenta anécdotas y vivencias sin parar.

Salta de los cartones para las clases de religión de los niños a una conferencia sobre la Iglesia y los toros; del hospitalero al que tuvo que despachar por un asunto de perros, a la marcha nocturna que organiza para el viernes; de la forma que tendrá la nueva escultura de madera del Cristo que bulle en su mente, al retablo barroco restaurado en la iglesia; de las poesías del Libro de Peregrinos, al techo restaurado de la sala; del agua caliente a la nueva cocina; de la paellera que alguien ha dejado olvidada, al pequeño y recogido oratorio...  Y cuando entramos en el asunto de los carros y de los arrieros y de los festivales que organiza, se le iluminan más los profundos y oscuros ojos, ¡si cabe!

Cuando Mati y José se van y nos quedamos solos, percibo que quiere atenderme a mí y a los peregrinos que llegarán más tarde, pero que también tiene muchas cosas que hacer. No me lo pienso dos veces: “¿quieres que haga de hospitalera?”. Acepta encantado y desaparece tras una puerta de madera que va a “sus aposentos”.

Aún tengo tiempo de descansar un poco hasta que oigo ruido de bordones: “peregrinos!!!!”. Bajo corriendo las escaleras y cuando abro la puerta ahí están, Maite, los zamoranos y las malagueñas. Ja, ja, ja... qué sorpresa se llevan cuando la “hospitalera” les da la bienvenida.

En el ínterin, dos familias que preguntan por la Plata y por su parque temático, unos arrieros en busca de un burrito que hay que alimentar en Calzada de Béjar...  un auténtico desfile de personajes.

Al albergue también llegará otro catalán, Manolo, con una extraña credencial, una especie de carnet de ruta para vehículos que le han dado en Baños de Montemayor donde ha empezado a caminar.

Dice Héctor que no importa cómo se llega al Camino sino cómo se sale. Creo que Manuel saldrá tal como ha llegado: con su mini mochila, sin esterilla, con coche de apoyo, desechando Extremadura porque le han dicho que no era bonita, y sin la mínima intención de que eso dure más de una semana o de pensar en Santiago.

También llegarán dos ciclistas a última hora de la tarde, al menos ellos reconocen sin ningún pudor que están haciendo deporte y que Compostela es un punto geográfico sin ningún significado.

Juzgo a los peregrinos, no sirvo de hospitalera. No puedo evitarlo; reconozco que en el Camino cabemos todos, que la puerta se abre a todos como reza la poesía de Roncesvalles. Pero me revienta que se utilice la infraestructura del Camino para pasar una semana de vacaciones baratas y lo reconozcan sin el menor escrúpulo.

Me molesta que alguien me pretenda justificar que sólo se ha ahorrado 6 kms. cogiendo un taxi cuando a mí no me tiene que justificar nada. No entiendo que esa misma persona tenga a su madre en un quirófano a 40 kms. y no se digne a coger un taxi para ir a verla cuando sólo le quedan tres días de camino. O quizás no está en el Camino y sólo está de vacaciones. En fin, que me afloran todos esos sentimientos y no me gustan.

Blas insiste para que vaya unos días de hospitalera a su casa, pero ser hospitalera es una vocación -así lo entiende Marc también- y yo no la tengo.

A las 8, Blas tiene que ir a Los Santos, un pueblecito cercano a celebrar la eucaristía (es el párroco de tres pueblos). Nos invita a acompañarle y previo desalojo de su destartalado vehículo, Werner y yo nos vamos con él. Tiene fama de llegar tarde a los sitios, sólo llegamos cinco minutos tarde (el día de la Virgen se retrasó 20 minutos porque era fiesta solemne, jajajaja!).

Al finalizar la misa, Blas dice a la concurrencia que aprovechando que asisten dos peregrinos nos va a impartir una bendición especial. Un sorprendido Werner y yo nos acercamos y nos arrodillamos frente al altar mayor, y emocionados recibimos tan inesperada bendición. ¡Vaya momento Camino!!!!!

Advertencia: Blas, al volante, es un auténtico Fittipaldi!.

De vuelta a Fuenterroble nos abre la iglesia gótica de Santa María de la Blanca y nos explica a todos los peregrinos a los que ha dado hospitalidad los diferentes detalles de la misma y de sus expresivas esculturas de madera que realiza un labrador del pueblo. Me da cierta pena comprobar como todos, menos Manuel, van desapareciendo de la iglesia porque es más importante la cena que las explicaciones de Blas.

Las esculturas están todas vinculadas a la Resurrección de Cristo. Preside el altar un Resucitado y a sus pies, un titubeante Tomás con los dos dedos extendidos; una sencilla y  sorprendida Magdalena; un Pedro con tres corderitos y las llaves al cinto; un sencillo Juan con el dedo acusador “es el Señor” y el cáliz de la amistad en la mano; un aguerrido Pablo dejando atrás el Antiguo Testamento y llevando a Jesús en el pecho; y por fin, la más querida, un Santiago con el Nuevo Testamento hecho cáliz y con el “possumus” escrito en él.

Volvemos al albergue, la sopa se ha enfriado pero no importa, el alma está reconfortada y esto es lo único que me interesa. La cena comunitaria es más bien escasa y Blas departe con Tomás en la cocina. Tomás es el herrero del pueblo, siempre hay alguien en casa de Blas. Paso más rato en la cocina que en la mesa, no sé si por la amena conversación o porque en la cocina Blas y Tomás comparten lomo y queso.

Hilario irrumpe entre bromas con una caja de judías verdes y un melón. Creo que es una excusa para verificar que sigo vivita y coleando, y echarse un vinito con Blas.

Tras una última charla, Blas se va a ver a su madre dándome las instrucciones para cerrar al dia siguiente y pidiéndome me despida en su nombre del resto de peregrinos. No le gustan las despedidas largas y se limita a un “hasta luego, chicos”.

Mientras cenamos ha venido Agustín, uno de los habituales de la casa de Blas. La afición de Agustín es preguntar la procedencia de cada peregrino y contar los primos que tiene en ese lugar. No hay pueblo, ciudad o país que se le resista. Desde la calle Larios de Málaga a varios pueblos catalanes; desde Salamanca a Alicante, desde Zamora a las Américas, no hay rincón desconocido para él. Siempre tiene un primo que vive allí.

Agustín es vaquero, vive con su padre y echa de menos a su madre que murió hace diez años. No tiene novia y ha perdido toda esperanza en tenerla, dice que las chicas del pueblo ya están “ocupadas”. Buena persona Agustín, sólo hay que charlar un poco con él.

XVIII.- Tormenta en el Pico de la Dueña.

18 de agosto. Fuenterroble de Salvatierra-Morille. 34 Kms.

Desde mi cama, oigo como los peregrinos se afanan en salir bien pronto. En estas latitudes ya no hace calor y el dia amenaza lluvia. El sol no es ninguna excusa. Por correr tanto se mojarán mucho más que yo.

A las 8, abro la luz para que se despierten los tres últimos dormilones: “Venga, que la hospitalera tiene mala milk”, así ya no me lo dirán ellos a mí.

El desayuno completo pues Blas nos ha puesto la despensa a nuestra disposición. Ya he dicho que no sirvo de hospitalera, una de las cosas mal hechas que hago es cotillear en la vasija de los donativos voluntarios. Se me cae el alma a los pies, aunque pienso que quizás la generosidad se ha ido a la huchita del piso superior.

Sigo las instrucciones de Blas, recojo un poco el albergue y con el polar puesto, enfilo el deseado Pico de la Dueña.

La primera parte del dia discurre entre cómodo y amplio camino que se superpone a la calzada romana. Alambradas de espino la flanquean y me separan tanto de las reses bravas como de las mansas. Cruzada una carreterita hay que empezar a seguir rodadas por medio de desiertas dehesas donde las flechas, aunque bien marcadas, se reciben una a una como una bendición.

Al final de una subidita, allí donde antaño hubo un hospital de peregrinos, una sencilla cruz se alza a la memoria de Antonio, y a su lado un simpático tippi indio hecho con varitas de alcornoque. Me siento en su interior y me como un plátano pero lo que puede ser una agradable parada se acorta por la amenazante lluvia.

Sigo subiendo cómodamente y alcanzo unas rocas sobre las que se alza una cruz de madera. Me encaramo a las rocas y extrañada pienso que eso es demasiado fácil. Entonces me doy cuenta de que esa no es la Cruz de Santiago sino una cruz latina, así que sigo adelante y subiendo, ¡ultreya e sus eya!.

A medida que subo la tormenta va arreciando, se acerca; el cielo se va ensombreciendo, morados, grises y negros nubarrones se van cerrando; el viento se intensifica, su silbido hace crujir las ramas de los árboles.

Alcanzo una segunda y una tercera cruz de madera. ¡Ay madre! Vaya Vía Crucis me espera, como tenga que pasar las 14 estaciones con estas distancias entre cruz y cruz, no voy a llegar nunca.

Pero después de la tercera cruz de madera, cuando el camino va ladeado por una pendiente, y voy cargando la dolorida rodilla derecha, diviso frente a mí la altiva y firme Cruz de Santiago.

Es el punto más alto entre Mérida y Astorga, es aproximadamente la mitad del camino entre Sevilla y Compostela. ¡Ahora sí que Santiago está cerca! ¡Ahora sí que el camino se hace físico y tangible! Durante kilómetros y kilómetros, durante días enteros, el Camino sólo estaba en mi interior. No había rastro jacobeo alguno, no habían peregrinos, sólo flechas amarillas que escasas pero firmes, guiaban mis pasos.

A los pies de esa cruz, el Camino de Santiago cobra vida; mi locura tiene sentido.

En esas meditaciones me encuentro cuando los sones del viento entre las piedras y las encinas me devuelven al mundo exterior. Gruesos goterones empiezan a caer; Santiago y su cruz sabrán perdonarme, he de irme.

Desciendo rauda del Pico de la Dueña, parece que las furias del infierno se han desatado, al mirar atrás, la altiva silueta de la cruz se recorta brillante entre los negros nubarrones. Se podría rodar una película de terror, pero tengo una serenidad en mi interior que creo que no me inmutaría por nada (bueno,... afortunadamente Santi no me puso a prueba en ese momento... jajaja...).

Desciendo con cuidado y con un poco deprisa; los robles sustituyen a las encinas, la bajada es pronunciada y el terreno resbaladizo hasta alcanzar la carretera que directamente me llevaría a Salamanca.

Volver a la carretera es como despertar de un sueño. Paro para prepararme un bocata pero me lo he de comer caminando pues la lluvia no me permite detener mis pasos ni un ratito.

Un coche me pita; de nuevo me encuentro con Hilario y Lumi que vuelven de una gestión en Salamanca y van buscándome. Tienen la costumbre de parar y preguntar a los peregrinos si necesitan algo, así se encontraron con Santi en una ocasión.

El encuentro es breve por la lluvia y nos despedimos con un último “Buen Camino, peregrina”, y un “Nos vemos en Barcelona”.

Un poco más adelante se encuentra la finca Calzadilla de los Mendigos. Hace unos días Luis y Lola se aprovisionaron de agua fresca en esa casa; a mí no me hace falta, basta con abrir la boca para saciar la sed.

A la altura de la finca hay un tentadero. Están marcando reses bravas, criadas para la lidia. Han sido conducidas esta mañana; el boyero ha llevado a la manada desde la dehesa y Werner me explicará que se ha encontrado en pleno espectáculo, como en las películas del Oeste. “Toooorooo, tooooroooo”. Las fotos que ha obtenido de la estampida son espectaculares.

Cuando yo paso por allí, sólo salen de estampida un montón de gallinas multicolores que campan a sus anchas.

Tengo noticia de que los seis peregrinos conocidos quieren ir hasta San Pedro de Rozados, y la verdad, prefiero seguir sola el resto de la jornada; así que, para no romper mis hábitos solitarios opto por tirar hacia Morille y conocer el nuevo albergue de esa pequeña localidad.

Ha dejado de llover, así que por fin, me paro un rato junto a una verja; no me había sentado ni un minuto desde el original tippi de la subida al Pico de la Dueña. Estoy cansada. Dejo que un tímido sol me reanime un poco y cuando ya estoy llegando a Morille me llama Werner preguntando qué planes tengo; si San Pedro o Morille. “Venga, que te espero en Morille”, le contesto.

Una chiquita muy simpática me acompaña hasta el bar donde tienen las llaves del albergue y allí me informan de que han pasado “otros” peregrinos. ¡Qué extraño!. Yo pensaba que se quedarían en San Pedro. Al parecer, el albergue no les ha gustado porque estaba muy sucio y han decidido seguir.

Mª José es la hermana del dueño del bar y se encarga de acomodar a los peregrinos y darles de cenar. También tiene las mejores gallinas ponedoras de la comarca.

-¡Ay hija! Que el albergue está lleno.

-Bueno.

-Es que han llegado seis peregrinos, y sólo hay cinco camas.

-Bueno.

-Es que en el suelo tampoco hay sitio.

-Bueno, ¿me podría duchar?.

-Sí, claro, te puedes duchar,... pero en algún lugar has de dormir.

-No se preocupe, ya me apañaré.

-No hija no, al raso no te vas a quedar. Tengo una nave, un garaje, ahí puedes dormir si quieres.

Y así es como Werner y yo, víctimas de la masificación platera, acabamos durmiendo en sendos colchones (previo paseíllo por la calle que me recuerda a otro paseo de colchones por Xerta), entre un tractor y dos coches; mecidos o adormecidos por un impregnante olor a gas oil industrial.

Es un verdadero regalo dormir en ese garaje pues en mi segunda noche en el camino, en agosto de 2002, también recibí hospitalidad en un garaje particular. De esa noche guardo muy gratos recuerdos y tres buenos amigos –Sergio, Ana y Manu-.

La noche será movidita; como el suelo hace tobogán, mi saco resbala y continuamente he de ir remontando el colchón como si fuera una oruga.

XIX.- El valor de la amistad. A Pepe de Sevilla.

19 de agosto. Morille-Salamanca. 20,5 kms.

A las 7 de la mañana, la dueña del garaje nos desatranca la puerta; hay que ir a trabajar al campo y sacar el tractor.

Salgo con Werner, al pobre, hoy le haré hacer unos kilómetros de propina, ¡qué cabezota soy!.

Salimos por el cementerio y tras una subidita entramos en una preciosa dehesa en la que el sol va jugando entre las ramas en un espectáculo único de luz y color.

Encinas, portelas, cancelas, pasos canadienses, se han convertido en elementos cotidianos en mi caminar platero.

Silencio, se escucha, se oye, se percibe... silencio. Solo nuestros pasos y nuestros bordones. El tibio sol se filtra entre las encinas, ¡qué paz!.

A medida que nos acercamos a Salamanca, la dehesa se trueca en campos de cereales. Inmensos campos de la meseta castellana en cuyos márgenes me entretengo en recoger alguna espiga que la cosechadora dejó olvidada. Werner no cesa de hacer fotos, está absolutamente enamorado de este paisaje.

Desde un montículo que rompe el horizonte, se nos ofrece una bonita panorámica de Salamanca, de las torres de la catedral y de sus múltiples iglesias y conventos que parece que están a tiro de piedra. Pero no es más que un efecto óptico.

Las obras de la carretera de circunvalación nos despistan un poco y sin encomendarme a nadie, erro el camino y damos un buen rodeo por las obras para entrar en Salamanca; rodeo que nos hace perder mucho rato y nos obliga a rebuscar en la mochila unos restos de queso y de pan duro.

Un letrero indica que ya estamos en Salamanca, pero es evidente que “ésa” no es la entrada prevista. Un puente cruza un arroyo lleno de juncos, pero “éso” no puede ser el Tormes, ¡vaya... no creo!.

Finalmente el puente romano y el caudaloso río Tormes nos dan la bienvenida al casco antiguo de la ciudad.

Luis y Lola me han informado de que el albergue está junto al Huerto de Calisto y Melibea, al lado de la catedral. Así que, tras saludar al “Lazarillo de Tormes” que también nos da la bienvenida, he de rememorar los clásicos españoles y contarle a Werner quiénes eran la Celestina, Lázaro y su tacaño y ciego dueño... y así dar un repaso a nuestra picaresca española.

La primera visita es a la Catedral, la segunda a un bar, la tercera a la Casa de las Conchas, y la cuerta a correos tras una larga tournée por la ciudad charra. Werner ha recibido una carta de su hija pequeña con dibujos alusivos al camino y tres peregrinos con su mochila y sus nombres: Luis, Werner y Gloria.

Llegamos al albergue cuando faltan 10 minutos para la una. Raymond, el hospitalero alemán cierra a la una en punto y no nos deja duchar. Bien, esa es su intención, la realidad será otra. Ha estudiado en la misma universidad que Werner y éste, hábilmente, practica tácticas disuasorias al primer “no”. Evidentemente, nos duchamos y Werner se ríe de su compatriota “cabeza cuadrada”; luego, por la noche, compartirán amistosamente un vinito.

Si estoy en Salamanca es obligado hacer un poco el turista y disfrutar de tan magnífica ciudad. Así que después de la ducha rápida, declinando la invitación de Raymond a acudir a comer con él a la “memsa” de estudiantes, sabrosa y barata, investigamos por los alrededores de la Plaza Mayor. Más aún, investigamos por el mercado, descubriendo un menú rico, muy rico, en colesterol, pero sin lomo, ni patatas fritas, ni huevos fritos. ¡No me voy a engordar!

Con el café, un orujito.

- Es del bueno, señora.

-¿Es del vecino?

-Ja, ja, ja... ya sé lo que quiere decir...

-Pues anda, pónmelo sin aire.

-¡Señora!, es que el orujo bueno, a veces hace burbujitas...

-No, hombre, no. ¡Sin aire es hasta el borde!

-Ja, ja, ja... qué cosas tiene, señora...

Tras la comida, Werner se va al albergue y yo me dedico a vagar por los mil rincones y fachadas salmantinos, patios renacentistas, Inmaculadas de Ribera, medallones platerescos... incluso saco un ticket para visitar  la Universidad Pontificia y programo la visita a la Salamanca Jacobea que se inicia en la famosa Casa de las Conchas.

Pero el sueño y el cansancio me vencen, así que con ánimo de hacer la siesta y la colada, regreso al albergue. Tengo un mensaje en el móvil de Pepe de Sevilla, tengo que llamarle.

-¿Dónde estás?

-Camino del albergue.

- ¿Y dónde está el albergue? ¡Si en Salamanca no hay!!!!!

- Sí, que es nuevecito... Está al lado del Huerto de Calisto y Melibea, junto a la Catedral.

Como en el garaje de la noche anterior no cargué el móvil, me quedo sin batería y me digo, ¿y qué le importa a Pepe dónde está el albergue de Salamanca?.

Tres mujeres de la asociación salmantina están en la entrada del albergue, charlo un rato con ellas pero se me cierran los ojos de cansancio. Mientras estoy restregando unos calcetines que nunca jamás volverán a su color original, una de ellas me llama: Gloriaaaa!!!!

Con las manos jabonosas salgo al hall de entrada, y allí, bien plantado y con su inconfundible sonrisa, allí me encuentro a mi buen y gran amigo Pepe de Sevilla. No es que pasara por allí, no...  es que se ha hecho 500 kms. para venir a verme!!!! Nos fundimos en un abrazo y consigue arrancarme alguna lagrimita.

Si es que no hay dia en el que Santi no me haga un regalito...  ¡o dos! La presencia de Pepe en Salamanca es un lujo que empezó, sin nosotros saberlo, el dia de los 600 en Roncesvalles, un lejano 3 de agosto de 2.002. Y que espero continúe muchos, muchos años más.

La etapa salmantina con Pepe y las agujetas del alma compartidas, jamás las olvidaré. (Anda que no echamos kilómetros esa tarde, niño!!!!)

Por cierto, el cansancio y el sueño se me pasan al instante.

En el atardecer salmantino, cuando el cielo se reviste de ese azul eléctrico que sólo los lápices Caran D’Ache pintaban (con los Alpino era imposible conseguirlo), dos cigüeñas sobrevuelan nuestras cabezas. “Mira Pepe -le digo- parecen de dibujos animados”. Y es que siempre hay que mirar hacia arriba, y hacia adelante. Ultreya e sus eya!

XX.- El final se acerca.

20 de agosto. Salamanca – El Cubo de la Tierra del Vino. 35,5 kms.

Me cuesta mucho despedirme de Pepe, pero cada uno ha de seguir su camino, así que después del desayuno, cuando ya son casi las 10, nos damos el penúltimo abrazo. Siempre queda un abrazo por dar a un amigo.

El muy puñetero me tienta a acompañarme a la salida de Salamanca con su carro de fuego, jajajaja...  ¿qué querrá compensar? ; con cariño y nostalgia nos reímos de su famosa entrada en Burgos el 14 de agosto de 2.002.

Por una larga avenida y previa visita a un cajero automático de La Caixa, abandono Salamanca dejando a mi derecha el coso helmántico y las estatuas de ilustres toreros de esa tierra. Hay que seguir por carretera un buen rato y mi amigo Javier me advierte. “Ojo, que al salir de Salamanca me perdí”.

Cuando la ciudad queda atrás un bar me llama la atención: “Bar Camino de la Plata”. ¡Vaya hombre, esta vez está bien escrito! No tengo ni hambre ni sed, pero la visita es obligada (¡a la salud del Tali!). El dueño me invita, él también ha hecho el Camino y charlamos un rato. Al poco, entran unos currantes de una obra cercana, se definen como rocieros y puesto que es viernes, ya están celebrando que es fin de semana. Me cantan y nos reímos juntos:

- ¿Qué quiere la peregrina que le cantemos?

-¿Sabéis esa de que “no puede ser rociero el que ha nasio en Yugoslavia”? (¡Cómo me pesa mi Andalusí Neibi!).

Al poco llego a Aldeaseca de Armuña, pueblo pequeñito con tienda de comestibles, paso de largo, no me hace falta nada. Allí están dos peregrinos catalanes, han empezado hoy en Salamanca, a ritmo caribeño, no los volveré a ver.

Es increíble pero hoy, tengo tres pueblos en sólo 15 kilómetros. Esto es otra Plata. Al siguiente pueblo, Castellanos de Villiquera, llego cruzando concentraciones parcelarias y haciendo todas las letras del alfabeto que tienen palitos: M, N, Z.... ¡con lo corto que sería continuar en línea recta!.

Casi por vicio entro en el bar, allí me informan de que Werner ya pasó, tomándose dos pinchos de tortilla y sus habituales y necesarios cafés con leche. Como unos contertulios también han hecho el Camino, también me invitan, ¡vaya dia!

El siguiente pueblo es Calzada de Valdunciel – ¡qué nombre más bonito!- con una iglesia que conserva vestigios de muchos estilos y varios miliarios y restos romanos. Están de fiestas, festival para los niños. Las mujeres se muestran curiosas con mi presencia y se paran a hacerme preguntas. Esto ya no tiene nada que ver con la hostilidad sentida en Extremadura; Salamanca es curiosa y sonriente.

Voy a comer pues es la hora, y para variar, tengo hambre. Tapitas de morro en un bar y comida “ligera” en el restaurante. En la mesa de al lado, un familiar de la dueña me contempla triste e impotente desde una silla de ruedas. Se me atraganta un poco la comida. A las 3 me enfrento al último tramo de la jornada: ¡sólo me quedan 20 kms.! Aunque en Calzada también hay albergue de peregrinos.

Primero por carretera, luego por un sembrado, luego por camino, por carretera, por sendas, por dehesas abandonadas...  El Camino está deficientemente marcado. Es el peor tramo desde que salí de Sevilla hace más de 500 kms. Echo mano a la experiencia de Luis y Lola que pasaron por allí hace unos dias y su voz emite ya cantos de sirena, están rumbo a Finisterra, llegaron a Santiago, mañana sábado se dirigirán a Calzada de Béjar en busca de su coche... ¿me voy con ellos a Barcelona?

Sé que esto se acaba, que esta Plata se acaba. Puedo arañar unos kilómetros, alargar un dia mas hasta Granja de Moreruela. Tendría cierto sentido porque allí se bifurca la Plata, hacia Astorga o hacia Orense. Por contra, a mi madre, le resultará más fácil contar que su hija ha llegado a Zamora que a ese pueblo de largo y complicado nombre.

La cárcel de Topas queda a la derecha, ligeramente separada del Camino. Es inevitable reflexionar sobre el término libertad. Sólo quien la ha perdido puede conocer el regusto amargo de su ausencia. Cárcel,... alguien recurrirá a la frase hecha de que peores son las cárceles del alma. No es cierto, la cárcel es muy dura. Lo sé.

Recuerdo la sed que Mudo sufrió al pasar junto a Topas. Palpo el lateral de mi mochila; tengo agua suficiente para llegar hasta El Cubo.

La seguridad de tener que  tirar hacia el norte hace que me meta en camino no señalizado entre fincas particulares, no sin cierto temor a algún perro suelto que me tome demasiado cariño. A estas alturas, ya he desistido de intimar con ningún toro. Pese a que no hay flechas ni marca alguna, la opción de salir a la carretera la demoro al máximo y acierto de casualidad por un paso canadiense.

Queda carretera, queda una laaaaarga recta que en ascenso, me llevará a la provincia de Zamora. Es inevitable enviar un mensaje a María y Josep Menoyo, los dos únicos zamoranos que conozco.

Declina la tarde, ya no debe faltar mucho para El Cubo de la Tierra del Vino, un pueblo, que como su nombre indica, “no tiene” plantada ni una sola vid.

A un paisano aún le extraña que una mujer camine sola, parece culto, como si estuviera de paso visitando a su anciana y enjuta madre. Me atosiga a preguntas demasiado pueriles para un hombre de su edad.

Tengo especial interés en conocer a Don Tomás, el párroco que luchando contra todo el pueblo, acoge a los peregrinos y siempre elige a alguno (es su facultad discrecional pese a las críticas), para que cene en su casa. Tere Tatona me ha hablado con mucho cariño de él y le manda sus recuerdos.

Será porque soy la última en llegar, (aparentemente, pues Maite y Carmen de Málaga llegarán más tarde), o porque le digo que me da igual ducharme con agua fría, el resultado es que Don Tomás me invita a cenar a su casa; y Werner vendrá a la hora del café y la copa, un vino gaseado regalo de sus 50 años de sacerdocio.

Gran persona Don Tomás, trasluce poco de él, pero absorbe como una esponja todo lo que llevo dentro de mí. Se ofrece gustoso a preparar un café con leche mañanero a Werner, los bares del pueblo no atienden al peregrino antes de las 10 de la mañana.

Es curioso, pero ese dia, cuando me quito los calcetines, me doy cuenta de que tengo una pequeña ampolla en la punta de un dedo; como no molesta, al dia siguiente la envuelvo con esparadrapo y “p’alante!”.

XXI.- Zamora, mi Santiago particular.

21 de agosto. El Cubo de la Tierra del Vino-Zamora. 33 kms.

El paisaje de la mañana es sorprendentemente cambiante. Granjas, ovejas, una vía de tren abandonada, bosquecillos, vacas, verdes, marrones, campos de cereales segados, campos en barbecho, vid, mucha vid, uvas negras y no tan dulces como las de la Tierra de Barros, pinos y chopos, encinas, las últimas encinas...

Werner se queda atrás, me dice que está muy cansado, que se quedará un dia de propina en Zamora.

Consigo hablar con un pastor, qué reacios y lejanos se han hecho en este Camino; me gusta hablar con ellos, no sólo por la sabiduría que encierran, sino porque mi abuelo lo era. Este está jubilado, quizás por eso se presta a la charla.

Los cantos de sirena de Luis y Lola siguen sonando en mi mente. He de decidirme, o me voy con ellos o compro el billete de tren en cuanto llegue a Zamora. Al final, tomo la decisión. Una triste y amarga sensación me embarga.

Ultimo dia, últimos kilómetros,...  y último mensaje de ánimo de Iria. La frase del día es especialmente acertada: camina más despacio, estás llegando a Itaca... La llamo y no puedo hablar, me emociono: ¡Esto se acaba!.

También Xabier me manda un mensaje a modo de despedida. Al parecer, todos habían tomado mi decisión antes que yo misma. O... ¿Acaso soy tan transparente?. Claro que lo lógico, era terminar en Zamora.

Al llegar a Villanueva de Campeán, un abuelete me sale al paso.

-¡Hola maja!

-¡Buenos dias!

-¿Has visto las uvas, maja?

-Sssiii

- ¡En el Cubo no tienen, maja!

- Aahh

- ¡Y tenemos albergue, maja! ¡Y bar, maja!

- Y dónde...

-¡Sigue la calzada maja!

Este hombre no me deja meter baza, pero en realidad, es muy “majo”.  El bar ha abierto en mayo, la señora que lo lleva se ofrece a prepararme un bocata de tortilla de chorizo; no es mi “favorita” pero haremos un sacrificio. Jajajaja... no hay pan, la furgoneta de reparto aún no ha pasado, pero se lo pide a su cuñada. Llevo pan en la mochila, más ella lo rechaza argumentando que el de su cuñada es más bueno, ¡seguro que sí!.

La señora es de la Asociación de Zamora y está muy orgullosa de su Presidente. Me pregunta cómo he encontrado el camino en cuanto a las marcas. Realmente, desde que he entrado en la provincia zamorana, el marcaje del Camino es excelente. Nada que ver con el último tramo del dia anterior.

En el bar recuerdan con cariño a Asun que pasó por allí en el mes de junio. Y es que hay personas que dejan una huella muy especial.

El último tramo hasta Zamora se hace especialmente pesado; sólo son 20 kilómetros. De nuevo la concentración parcelaria ha hecho de las suyas con el camino y los campos de cereales segados no ayudan mucho al ánimo de saber que estoy haciendo mis últimos kilómetros plateros. Tres pueblecitos quedan cercanos pero no se entra en ninguno de ellos.

Busco una sombra, una sola sombra bajo la que descansar y sentarme un rato. Tras seguir un regato de juncos que animan un poco el paisaje, me encuentro con un arbusto polvoriento que ofrece algo de sombra si hago un poco de contorsionismo.

Enciendo el móvil para llamar a mi madre y decirle que vuelvo con Luis y Lola y me aparecen varias llamadas de un número desconocido. Resulta ser el peregrino Enrique, de Barcelona, un francotirador que tantea en la distancia al Comando Barcino. Está cerca de Salamanca, sabe que sigo su Camino de las Campanas, y me hace las preguntas de siempre, ¿por dónde andas?, ¿qué planes tienes?, ¿te subo, te llevo, te bajo? ¿necesitas algo?

Es agridulce decirle que cenaré con Luis y Lola en Zamora, pero también es un buen motivo para que se acerque él con su esposa para tan importante evento. Así que como colofón platero, tendré una cena de peregrinos y amigos en el corazón de Zamora.

Zamora a la vista, Zamora la desconocida, la románica, la lejana...  Me impresiona la catedral de un color casi blanquecino, con su original cúpula bizantina de escamas. En la distancia, el Duero no se ve, pero se intuye. Del Guadalquivir al Duero. Sólo falta el Miño. Así habré cruzado todos los ríos que como decía mi libro de geografía, desembocan en el Océano Atlántico.

Tras caminar por su margen y dejando atrás los restos del puente romano, cruzo el Duero por el puente medieval. Los últimos pasos, ahora sí que son los últimos pasos con la mochila a cuestas...   A las 5 de la tarde, enfilo la cuesta de Pizarro.

Zamora sí se tomó en una hora; justo en 20 dias y una hora.

En la Oficina de Turismo me guardarán la mochila para turistear un poco; allí le digo adiós a mi camiseta del ABC del Camino, su color es absolutamente indescifrable e irrecuperable.

Unos queman y ensucian el medio ambiente en Fisterra; yo tiro una camiseta a la papelera.

Me voy a la Catedral, a sus alrededores, y envío un mensaje a los amigos que mejor lo pueden entender: De la Catedral de Sevilla a la Catedral de Zamora, ....

Las respuestas de Asun, de Santi y de Jesús, son significativamente especiales.

Unos minutos antes de las 6, aparece Werner. Sabía que su primera visita sería a la catedral y creo que inconscientemente le he esperado.

Tras la celebración Eucarística, y un emocionado abrazo al darnos la paz en el que sobran las palabras, él se va al albergue y yo sigo el turisteo. Visito a la Virgen del Amor Hermoso por indicación de Sofía, y la iglesia de San Cipriano por indicación de Tere.

No puede faltar la visita a la iglesia románica de Santiago Apóstol.

-¿Quieres sellar? ¿De dónde vienes? ¿Adónde vas?

- No voy; aquí me quedo; vengo de Sevilla; sí, quiero sellar

En un banco, una chica llora en silencio. Al irse, sonríe. No quiere hablar, pero no hay dolor en su rostro, sólo serenidad.

Me despido de la encargada del sello: “Acuérdese de mí, el año que viene nos veremos.” Ultimo sello a la credencial.

El reencuentro con Luis y Lola en el albergue de Zamora me llena de alegría. Luis con barba, Lola morena y más delgada. Sus corazones en paz, como siempre. La serenidad que esta pareja transmite, desde que les conocí por el barranco de Mataburras en tierras navarras, hace ya dos intensos años, es un regalo permanente de Santi.

Enrique y Rosa cierran con broche de oro la noche zamorana, las cigüeñas son incontables, el marco y la compañía, inolvidable.

XXII.- Vuelta a casa. Vuelta a empezar.

22 de agosto. Zamora-Barcelona.

Me queda algo importante por hacer. Despedirme de Werner. Han sido muchas horas con él, muchos silencios compartidos. Ha sido mi compañero ideal. No sé transmitirle todo lo que siento, y me gustaría demorar el momento al máximo.

Afortunadamente, él se toma un dia de descanso. Desayunamos juntos en el albergue y nos vamos a hacer el turista con Luis y Lola. La iglesia de la Magdalena y la de Hortes así como el Parador, son visita obligada. Un café, el último café con leche. El aroma de su última pipa. Y entre cigüeñas, frente a la imagen de los dos encapuchados de Semana Santa, del Merlú, nos fundimos en un abrazo.

Me agradece sabiendo que nada hay que agradecer; que hemos coincidido porque Santi así lo ha querido. Eramos un buen contrapunto, tan distintos y tan cercanos en muchas cosas. Aprendió a brindar por presentes y ausentes, sabe que en mis futuros brindis peregrinos, siempre estará presente.

En Alemania, en Baden Baden, el Apóstol me ha regalado un amigo.

Las lágrimas nos vencen cuando nos separamos. El se sienta en un banco, enciende su pipa, y respira hondo. Me alejo, me giro y ahí está, agitando su mano. Adiós amigo Werner, “Auf Wiedersehen”.

Dice la sevillana que cuando un amigo se va, algo se muere en el alma. Soy yo la que se va, y así lo siento. Seguirá su Camino con recaditos varios para los Menoyo en Lubián, Bartolo en Orense, Begoña en Fisterra...  no lo puedo evitar, me surge un espíritu protector sobre Werner, -mi alemán-, cuando le dejo solo en el banco zamorano. Pero él, evidentemente, no me necesita.

¡Qué cortos se hacen los kilómetros cuando se vuelve a casa!

Es el momento de darse cuenta de que el Camino no termina sino que vuelve a empezar. De hacer balance... no, aún no... ya irán saliendo los resultados un poquito más adelante.

No dejo de darle vueltas al último sms de Jesús: “El Camino transpira Vida. Sólo hace falta una positiva actitud para verlo. Felicidades, merecías verlo”. Estos días, he echado en falta al “Jesús jajaja” del año pasado y sus omnipresentes risas al teléfono. Este año, ha sido como si me hubiera dado el empujón a “su” Plata y se hubiera mantenido al margen, para no interferir.

También he echado en falta la presencia, las confidencias, los “secuestros”, los abrazos y las risas constantes que compartí con Pilar, con mi Hermana Pilar. Nuestros “momentos Camino” fueron únicos y especiales. Pero a ella la he tenido casi a diario al otro lado del hilo telefónico. Ella también está de vuelta hacia Madrid.

Neus, mi sobrina ya regresó. Y desde Santiago o desde Finisterre también regresan Paco, Gregorio, Fernando, Edu...

Una cosa tengo muy clara. Si el Camino del año 2002 fue el del permanente descubrimiento, y el del 2003 el de la alegría desbordada; el del 2004 ha sido un Camino eminentemente físico y sereno, quizás no tan solitario como esperaba ya que todos, absolutamente todos, os colasteis en mi mochila.

En un suspiro, a media tarde, ya estoy buscando la llave en la mochila y dando la vuelta a la cerradura. Ulysses vuelve a su sitio, la lavadora engulle la mochila.

Previamente, un último abrazo a Luis y Lola. Les conocí en agosto del 2.002 y nos despedimos en Burgos. Me recogieron en la puerta de casa el 2 de agosto de 2.003 para dejarme en Castrojeriz y empezar a caminar con Pilar. Y ahora, tras los años, me devuelven a casa el 22 de agosto de 2.004.

Gracias Luis, gracias Lola. Los dos sabéis que sois parte importante de mi Camino, muy importante.

* * * * * *

La foto de la portada me la hizo Werner Bauer, el alemán, en algún lugar cercano a Monesterio, rumbo a Fuente de Cantos.

 

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